Ya hace años, los obispos de las Baleares y Pitiusas, en una carta pastoral sobre Ecología y Turismo decían que la creación es bella en nuestras Islas, haciendo así un homenaje al Dios Creador que nos ha regalado este patrimonio natural para que lo administremos bien y cultivemos su belleza. Unos veinte años antes san Pablo VI se refería a la problemática ecológica, presentándola como una crisis, que es «una consecuencia dramática» -decía- de la actividad descontrolada del ser humano y decía que «debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, el ser humano corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación». Si ponemos como primer valor la persona humana, todo puede tomar otra orientación, ya que «los progresos científicos más extraordinarios, las proezas técnicas más sorprendentes, el crecimiento económico más prodigioso, si no van acompañados por un auténtico progreso social y moral, se vuelven en definitiva contra el hombre» (LS’ 4).
Encontrar el equilibrio entre la sabia colaboración humana con la naturaleza y la necesidad de sacar de ella un beneficio económico, debe llevar también a una sabia utilización de los recursos que tiene a su alcance. Optar por una conversión ecológica global significa esforzarse por «salvaguardar las condiciones morales de una auténtica ecología humana», lo cual pide reconocer que la propia vida es un don que tiene que ser protegido de diversas formas de degradación. El aire puro de los bosques, la belleza de las montañas y el frescor de las fuentes y los ríos, es un grito sagrado de atención sobre la manera como en ciertos núcleos urbanos son tratadas las diversas creaciones patrimoniales. Oigo el eco del papa Francisco cuando dice que «el desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar» (LS’ 13).
El tiempo de verano, cuando el contacto con los espacios naturales nos proporciona el gozo de compartirlos, es bueno que nos decidamos a colaborar positivamente en su conservación y dignificación, ya que respetar la naturaleza es amar a las personas. Francisco también nos dice en el mismo párrafo que «el Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado». Por ello, siguiendo esta lógica, la del amor, los cristianos podemos realizar esta aportación constructiva, exponiendo las razones de fe que, por una parte, nos obligan a frenar la degradación de nuestro entorno natural que es obra de Dios y, por la otra, nos invitan a introducir un esfuerzo colectivo que dé unidad a la preocupación por la naturaleza, la justicia hacia los pobres, al compromiso con la sociedad, al diálogo constructivo, a la amistad social y la paz interior. Bien vale la pena por el bien de todos y de todo, hacer el esfuerzo de traducirlo en gestos de conversión.
+ Sebastià Taltavull
Obispo de Mallorca