Desde el domingo de Pascua, cada domingo y cada día de este tiempo pascual hemos celebrado la resurrección de Jesús, y ello me ha llevado a meditar de nuevo sobre el hecho del resucitado. Sabemos que no creemos únicamente en Jesús, sino en Jesús muerto y resucitado, y esta es la afirmación central de nuestra fe, y que suele provocar algunos interrogantes. Quizás también me han movido a la reflexión algunas afirmaciones que he leído: la resurrección es un mito, es un invento de los apóstoles para guardar y exaltar la memoria de su maestro. En expresión popular, a menudo estas dudas se manifiestan con la expresión “de allá, de la muerte, no ha vuelto nadie”.
– Aquel hombre, conocido como Jesús de Nazaret o el nazareno, que pasó por el mundo haciendo el bien, liberando de todo mal, anunciando la Buena Nueva del amor de Dios y su designio salvador, que murió crucificado, después de ser condenado religiosamente y políticamente… resucitó. Esta es nuestra fe, nuestra convicción más fundamental.
– Ciertamente, no tenemos constancia de que alguien contemplara “el momento de la resurrección”, pero sí tenemos el testimonio de quienes vivieron y experimentaron su presencia como resucitado. Después de lo que habían pasado los apóstoles y discípulos, ¿quién se atrevería a hablar de resurrección de un crucificado y dar testimonio de ello arriesgando la vida y dándola para afirmar esta certeza?
– Era el mismo Jesús que habían conocido como maestro y amigo por los caminos de Palestina, pero ya no vivía del mismo modo que cuando vivía humanamente. Ahora, resucitado, estaba vivo de una manera muy diferente, en una forma nueva, casi inexpresable. Por eso era necesario aclarar que no era “un fantasma” –puesto que comía ante ellos– ni fruto de la imaginación, sino alguien a quien es posible “ver y tocar”, incluso sus heridas en la cruz, como comprobó Tomás en respuesta a sus dudas.
Además, el mismo Jesús les encargaba continuar su misión, su presencia y acción en el mundo, asegurándoles el Espíritu Santo.
– El testimonio de los apóstoles que encontramos en el libro de los Hechos y en otros escritos del Nuevo Testamento manifiesta su experiencia de que Jesús, que pasó haciendo el bien y curando a los enfermos, que fue crucificado, hubo resucitado. Ciertamente, no se dio a conocer a todo el pueblo, sino a unos escogidos que lo habían acompañado en su vida.
– No es que Jesús siga vivo porque lo decidieran los apóstoles y discípulos, sino a la inversa. Estos fueran capaces de realizar la misión encomendada, hasta sufrir persecución y la muerte, porque Jesús había resucitado y les prometió: “Estaré con vosotros cada día hasta el fin de la historia, y recibiréis el Espíritu Santo”.
– La resurrección de Jesús, el crucificado, no es un mito, no es un cuento; no es una manera de justificar el aparente fracaso de Jesús vivido por sus discípulos; no es una invención de los discípulos, hombres y mujeres, para asegurar la memoria y la validez de su maestro… Es un hecho que se ha realizado en un tiempo y momento concreto de la historia humana, en un lugar muy determinado.
¿En quién creemos? En Jesús muerto y resucitado.
Por eso ya vivimos y esperamos que nuestra historia personal y la de la humanidad acabe en la resurrección.
+ Francesc Pardo i Artigas
Obispo de Girona