Esta fue la experiencia de tres discípulos de Jesús, y esta puede ser también nuestra propia experiencia en la vida. Podremos escuchar la narración de este episodio evangélico este domingo segundo de cuaresma en las celebraciones de la Misa.
El hecho de la transfiguración, que significa “más allá de la figura”, tiene lugar en un momento de gran preocupación para aquellos discípulos del maestro. Jesús les comunica que al final tendrá que sufrir mucho, que será rechazado por los líderes religiosos de su pueblo, que morirá y que resucitará. Pero los discípulos se quedan con la idea del rechazo y de la muerte, porque no entienden de ninguna manera que este sea el destino de Jesús. Esto incluso provoca que Pedro se lo lleve aparte y le riña. Pero Jesús le responde llamándole Satanás, y le dice que no ve las cosas según Dios sino como los hombres.
A continuación, en compañía de los apóstoles más íntimos, los mismos que estarán presentes en la agonía de Getsemaní, Jesús sube a una montaña alta y allá se produce la transfiguración.
Por unos momentos aparece con toda claridad y luminosidad toda la verdad sobre Jesús, en compañía de Moisés y de Elías. Se anticipa la gloria de la Pascua en el inicio del camino hacia la cruz, se saborea la presencia divina y se descubre quién es realmente aquel hombre que camina hacia el fracaso.
Pedro –es natural– quiere hacer eternos estos momentos, pero no ha llegado todavía la hora. Hay que escuchar la voz de Dios Padre testimoniando que Jesús es su hijo y pidiendo que le escuchen.
Y de repente se vuelven a encontrar con Jesús a solas, que les advierte que no expliquen a nadie lo que han visto.
Tendrán que continuar encontrándose con Jesús de una manera humana, tendrán que vivir su cruz, y tendrán que escucharle, siguiendo la indicación de la voz del Padre.
Nosotros seguimos a Jesús, tenemos que escucharle, pero también necesitamos vivir y descubrir en quien creemos en el camino oscuro y duro de la vida cristiana. Tenemos necesidad de momentos de transfiguración.
Ahora vivimos momentos de gozo, pero también de dolores, de miedos. Cargamos con muchos problemas, y el camino cristiano a menudo también nos resulta difícil.
También tenemos a Jesús, que se nos hace presente por medio de signos humanos, la Iglesia –la parroquia–, los sacramentos, la oración, las personas… Precisamente por eso necesitamos momentos de transfiguración. ¿Cuáles pueden ser estos momentos?
– La plegaria personal y de todos juntos. Aparentemente no hacemos nada, leemos el evangelio, un salmo, guardamos silencio, encomendamos a Dios preocupaciones y angustias… Y, entonces, una palabra puede resonar en nuestro interior más profundo, haciéndonos mejores, animándonos, dándonos fuerza. Es el paso o la presencia de Dios que transfigura nuestra vida.
– También –y especialmente– la Eucaristía. Participas en ella quizá pensando en las cuestiones que te preocupan, en situaciones de gozo o de dolor… y experimentas que tú mismo quedas renovado y con fuerza para afrontar lo que haga falta.
– Una conversación a fondo con alguien que nos escucha y nos ayuda a ver más claro.
– Acercarnos a los demás para acompañar, servir y ayudar en situaciones dolorosas.
– Contemplación de la naturaleza desde el silencio, cuando en ocasiones notamos la presencia de Dios como “un aire suave”.
Por eso la voz del Padre nos indica cómo podemos vivir ya la gloria de la salvación en la dureza del camino, escuchando a Jesús y haciéndole caso.
¿Le escuchamos?
+ Francesc Pardo i Artigas
Obispo de Girona