Queridos diocesanos:
He ha llamado la atención que el Papa Francisco hable en su Encíclica “Fratelli tutti” de estas dos virtudes sociales, que quizás habíamos olvidado y que, sin embargo, son un fuerte antídoto frente al individualismo que domina nuestra sociedad.
La virtud de la benevolencia aparece ya en la carta a los Gálatas, entre los frutos que obra el Espíritu Santo en nosotros (5, 22). Consiste en buscar el bien de los demás, desear lo mejor para ellos: su crecimiento, su maduración y su bienestar tanto material como espiritual. La expresión latina es muy ilustrativa porque bene-volere significa literalmente “querer el bien”. Es -explica el
Papa- “un fuerte deseo del bien, una inclinación hacia todo lo que sea bueno y excelente, que nos mueve a llenar la vida de los demás de cosas bellas, sublimes, edificantes” (n. 112). Frente a la tentación de clausurarnos en nosotros mismos, hemos de promover el bien, para nosotros y para la humanidad. Sólo así podremos crecer como sociedad.
También la virtud de la amabilidad aparece mencionada por san Pablo en la carta a los Gálatas. Con ello se refiere a un estado de ánimo que no es áspero y duro, sino que es afable, suave, que sostiene y conforta. Es una manera de relacionarse con los otros, que se expresa en gestos como tener un trato amable, intentar no herir con palabras y gestos, pronunciar palabras amables que alienten y buscar aliviar el peso de los demás (cf. n. 223). Esto último es muy importante: desear descargar a los demás de problemas y preocupaciones, de urgencias y angustias.
El Papa Francisco hace un hermoso elogio de la amabilidad cuando escribe: “La amabilidad es una liberación de la crueldad que a veces penetra las relaciones humanas, de la ansiedad que no nos deja pensar en los demás, de la urgencia distraída que ignora que los otros también tienen derecho a ser felices” (n. 224). Una persona amable nos ayuda a que la existencia sea más
soportable: “de vez en cuando aparece el milagro de una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia” (n. 224).
Una sociedad necesita cultivar estos valores, si no quiere acabar dominada por el egoísmo, la violencia, la corrupción y la indiferencia. Vale la pena realizar el esfuerzo de ser benevolentes y amables para hacer posible una convivencia sana. Cuando estas virtudes se hacen cultura y entran en el estilo de vida de una sociedad, se favorecen las elaciones sociales y se abre el camino para buscar consensos y construir puentes (cf. n. 224). Todavía estamos a tiempo de cultivar estas virtudes. “Hay personas que lo hacen y se convierten en estrellas en medio de la oscuridad” (n. 222).
† Francesc Conesa Ferrer
Obispo de Menorca