También tengo presente al colegio Diocesano de las Viñas (el profesorado, el alumnado, el personal de servicio, la asociación de madres y padres) sobre el que tantos proyectos hay para el futuro. Así como las comunidades educativas de los colegios de la Iglesia y a todos los docentes de cualquier centro que, desde vuestra fe, trasmitís libertad y concordia.
También echaré de menos a las personas de los espacios cotidianos: el bar del primer café mañanero, la librería, la frutería, la carnicería, el kiosco, el restaurante donde llevo a comer a mis invitados, la peluquería, la tienda de recuerdos y las personas que los habitan, así como todas aquellas con las que me encuentro habitualmente en la calle y paro a charlar y, sin pretenderlo, me abren los ojos a la realidad y me descubren nuevas perspectivas.
Sois muchas personas, muchos diálogos, muchos sueños y también muchos desahogos. Tengo en la retina todo el sufrimiento que nos ha traído la pandemia, cuántos fallecidos sin una despedida digna, cuántas familias rotas por la soledad y el desvalimiento, cuántos silencios retenidos entre cuatro paredes, cuantos vacíos llenados, en muchos casos, sólo por vuestra confianza en Dios. Gracias al personal sanitario que tanto bien han hecho en los últimos latidos de muchos de nuestros creyentes. Un día, desde la fe, debemos celebrarlo en una gran Eucaristía en su memoria. ¡Nos han dado tanto!
Sé que en nuestras comunidades estáis personas de fe firme con muchas iniciativas y habéis manifestado que tenéis ganas de trabajar, nadie os lo va a impedir. Habéis demostrado que cuando se os deja y anima os ponéis con ilusión manos a la obra. Entre ellas estáis los Animadores de la Comunidad, que lleváis a Cristo a las pequeñas comunidades en su Palabra y en su Cuerpo. Dios os bendiga a todos y os conceda un espíritu de fortaleza y valentía para seguir con estas y tantas otras tareas.
Quiero también pediros perdón por las decisiones, palabras, comportamientos que, sin haberlo pretendido, no os hayan parecido acertadas o, os hayan hecho sufrir. Creo en la misericordia de Dios y espero también la vuestra.
A partir de la primera semana de marzo estaré ya en Almería. Sé que el cambio es grande. Procedo de Palencia, una diócesis como la de Teruel y Albarracín, salpicada de pequeños pueblos, que forman parte de estas tierras tan poco habitadas y mayoritariamente anciana, que hemos denominado España vaciada. Almería no es así, tengo mucho que aprender.
Me acerco a vosotros, del mismo modo que vine a Teruel, a conoceros, comprenderos y amaros. Es el camino del pastor. Soy la respuesta a la petición de nuestro obispo D. Adolfo, de tener una ayuda para aliviarse de todos sus tareas y misiones. Estaré, como no puede ser de otra manera, dispuesto a lo que él me pida. Seré para él su hermano pequeño, y él para mí, mi hermano mayor.
En el último artículo como obispo de Teruel, “Los caminos del Evangelio”, cuando aquí yo solo conocía esta noticia, decía que el bautismo nos lleva a la obediencia, que siempre es costosa, ya que, si no, sería complacencia. Y es que todas las llamadas del Señor exigen una conversión que comporta un sufrimiento implícito, un sacrificio, por la complejidad que nos supone salir de nuestro hábitat, ese espacio donde nos sentimos, tarde o temprano, acomodados. Después, todo es ganancia, al menos a los ojos de Dios, aunque los caminos en el desierto vital sigan existiendo.
Querido D. Adolfo, voy peregrino a esa ya soñada tierra almeriense, con los ojos despiertos y el corazón en ascuas, como los discípulos de Emaús. Sé que me está esperando con los brazos abiertos y yo trabajaré con empeño, junto a usted, con todas las comunidades y las distintas vocaciones de la diócesis, en esa querida tierra de María santísima.
Gracia y Paz a todos.
+ Antonio Gómez Cantero, obispo