Esta parece ser la consigna general. ¡Hemos de salvar la Navidad!
Pero ¿quién lo dice y que entiende cada uno por “salvar la Navidad”? ¿qué entendemos cuando los políticos o
nosotros mismos nos decimos unos a otros que hay que salvar la Navidad? Las autoridades nacionales y autonómicas entenderán que es muy conveniente vivir con prudencia y cordura estos días para que no se extienda la pandemia. Otros entienden por salvar la Navidad liberar y revitalizar la hostelería y el comercio
para poder salvar los puestos de trabajo, que las calles vuelvan a tener animación para comprar regalos.
Otros que se liberalicen las normas impuestas para evitar los contagios de modo que podamos juntarnos
a celebrar las cenas de empresa con los compañeros de trabajo y amigos. Los jóvenes y los niños desearán
volver al modo de celebración de antaño. Pero eso no es salvar la Navidad.
Ni siquiera salvar la Navidad es el hermoso deseo de reunirnos con la familia la noche de Nochebuena, aunque sean 6 o 10 comensales, así podremos dejar fuera a los más incómodos; con el riesgo de que se
queden solos los padres y abuelos que no dan mucho juego en unas circunstancias que queremos sean alegres.
Efectivamente, todos estamos de acuerdo en el hecho de que hay que salvar la Navidad. Pero no podemos salvar la Navidad dejando al margen al verdadero protagonista de la misma. La Navidad, la verdadera Navidad la salva el único que puede salvarla, porque viene a salvarnos.
No podemos olvidar que quien la salvó ya, hace más de dos mil años, fue el Niño Dios, que nació en Belén, precisamente para eso, para salvarnos. En Navidad los cristianos esperamos a la Salvación misma. Para nosotros salvar la Navidad es abrir las puertas a Cristo que viene. Dios mismo se hace presente en la debilidad de la carne de un Niño pequeño.
Él es nuestra Luz, que llega para alumbrar nuestras oscuridades, las comunes y las personales, las zonas
oscuras de nuestro corazón.
Él es nuestra Paz. El único que puede darla de verdad, a nuestros enervados políticos, a nuestras ciudades y barrios, a nuestras familias y a nuestra vida, que tanto la necesita y desea. Él nos ayudará a superar el pesimismo reinante, a disipar miedos, a no desfallecer y a afrontar el futuro sabiendo que estamos en las mejores manos y, por tanto, el mal no tiene la última palabra.
Salvemos la Navidad. Esperemos al Redentor. Él es nuestra Luz y nuestra Paz. ¡Ven Señor Jesús!
¡FELIZ NAVIDAD A TODOS!
+ José Luis Retana
Obispo de Plasencia