Hay un antes y un después en nuestra vida cuando Cristo se cruza en ella. Esta experiencia, tan patente en los conversos como San Pablo, a nosotros nos puede parecer lejana y extraña. Tantas veces planteamos nuestra vida cristiana sin grandes decisiones y sin grandes sobresaltos, con pasos hacia adelante y hacia atrás. Sin embargo, también nosotros necesitamos una motivación sólida, un fundamento firme para nuestra esperanza. Y en esto no somos distintos de los conversos: la piedra angular de nuestra esperanza es la misma, Cristo Jesús, que nos ha puesto en paz con Dios (Cfr. Rom 5, 1-11).
El tiempo de Adviento nos sitúa con fuerza en la senda de la esperanza cristiana. La palabra Adviento procede del latín adventus, que significa venida: la venida inminente de algo o alguien que está para llegar y que, además, esperamos ardientemente.
El Adviento es tiempo de esperanza gozosa de que la salvación ya realizada en Cristo (Cfr. Rom 8, 24 – 25) llegue a su madurez y plenitud.
Os invito a todos a vivir este tiempo de esperanza. Y lo hago recordando aquellos consejos que nos da el Papa Francisco en su exhortación apostólica Gaudete et exultate cuando nos dice que «la santificación es un camino comunitario, de dos en dos» (G. E., 141). Necesitamos acercarnos a nuestros hermanos para avivar nuestra fe, sentir su cercanía y el aliento de su esperanza. Hay signos hermosos de nuestras tradiciones del Adviento que nos pueden ayudar a crear espacios de oración en nuestras casas y en nuestros lugares de reunión. Especial cuidado hemos de poner estos días en nuestras celebraciones litúrgicas, avivando su dimensión comunitaria. El papa Francisco nos recuerda que «la comunidad está llamada a crear ese espacio teologal en el que se puede experimentar la presencia mística del Señor Resucitado. Compartir la Palabra y celebrar juntos la Eucaristía nos hace más hermanos y nos va convirtiendo en comunidad santa y misionera» (Ibid., 142).
Este camino de esperanza en el Adviento lo recorreremos en cuatro semanas con cuatro domingos. En ellos destacan de modo característico tres figuras bíblicas: el profeta Isaías, Juan el Bautista y la Santísima Virgen, María de Nazaret.
A lo largo de estos cuatro domingos podemos centrar nuestra celebración y nuestra oración en aquellas dimensiones del misterio cristiano que pone de relieve el Evangelio de cada uno de estos domingos.
- Mc 13,33- 37: El Adviento como signo de la esperanza de Cristo, Salvador.
El Adviento es un tiempo litúrgico propicio para ahondar en la esperanza cristiana, sobre todo en íntima conexión con el anuncio cristiano de la salvación. Y a esa luz analizar la situación esencial del hombre, la situación de la que provienen todas sus contradicciones y sus esperanzas. El Evangelio no es solo una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. Quien tiene esperanza vive de otra manera, tiene la vida nueva, la vida que salva.
- Mc 1,1- 8: El Adviento como llamada a la conversión de la vida y de la fe de cada cristiano que se prepara para recibir la llegada de Cristo.
La venida de Dios en Cristo exige conversión continua. La novedad del Evangelio es una luz que reclama un pronto y decidido despertar del sueño (Cfr. Rom 13, 11 – 14). El tiempo de Adviento es una llamada a la conversión en orden a preparar los caminos del Señor y a acoger a Aquel que viene. El Papa Francisco nos lo recuerda cuando dice que “la vida cristiana es un combate permanente. Se requiere fuerza y valentía para resistir las tentaciones del diablo y anunciar el Evangelio” (Ibid., 158).
- . Jn 1,6- 8. 19- 28: El Adviento como anuncio de Cristo; como Juan el Bautista, cada cristiano está llamado a anunciar la venida de Jesús.
Juan el Bautista es el último de los profetas y encarna perfectamente el espíritu del Adviento. Como precursor del Mesías tiene la misión de preparar los caminos del Señor (Cfr. Is 40, 3), de anunciar a Israel el “conocimiento de la salvación” (Cfr. Lc 1, 77 – 78) y, sobre todo, de señalar a Cristo ya presente en medio de su pueblo. Esta misión de Juan el Bautista es la que el Papa Francisco nos pide continuar: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo” (Ibid., 27).
- . Lc 1,26- 38: El Adviento como signo de alegría.
La Anunciación de María acontece en el contexto de la más dulce alegría: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1, 28). Es la alegría del Padre que abre su corazón lleno de amor para engendrar al Verbo. Desde aquí se pueden entender mejor las contundentes palabras del Papa Francisco: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento” (E.G., 1).
- María, corazón del Adviento.
El Adviento es el tiempo litúrgico que en el que se pone felizmente de relieve la relación y la cooperación de María en el misterio de la Redención. Ello brota como desde dentro de la celebración misma, especialmente en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, que no es un paréntesis o una ruptura de la unidad de este tiempo litúrgico. María Inmaculada es el prototipo de la humanidad redimida, el fruto más espléndido de la venida redentora de Cristo. Como canta el prefacio de esta fiesta, Dios quiso que ella fuese el comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo llena de juventud y de limpia hermosura.
Que María de Nazaret ilumine y bendiga este camino de Adviento que juntos comenzamos y celebraremos.
Feliz Adviento para todos.
+ Luis Quinteiro Fiuza.
Obispo de Tui-Vigo.