El Adviento es un tiempo de gracia y de esperanza, de vigilancia y espera. Algo grande va a ocurrir: el Señor viene, se hace uno de nosotros y debemos prepararnos. Jesucristo se va a manifestar, a desvelar la grandeza de un misterio que ha cambiado la historia de los hombres y que sigue iluminando hoy el camino de la toda humanidad.
Este año con motivo de la pandemia la palabra esperanza ha cobrado una singular actualidad. Nos resuena de un modo nuevo, pues está siendo mucho el dolor que estamos sufriendo. Entender lo que significa la esperanza puede iluminar también este tiempo de gracia que es el Adviento en tiempos de pandemia. El papa Francisco nos lo recordaba en su homilía de la noche Santa de la Pascua: “En esta noche conquistamos un derecho fundamental, que no nos será arrebatado: el derecho a la esperanza; es una esperanza nueva, viva, que viene de Dios. No es un mero optimismo, no es una palmadita en la espalda o unas palabras de ánimo de circunstancia, con una sonrisa pasajera. No. Es un don del Cielo, que no podíamos alcanzar por nosotros mismos”. Y en la Fratelli Tutti vuelve a hablarnos de esperanza: “A pesar de estas sombras densas que no conviene ignorar, (…) quiero hacerme eco de tantos caminos de esperanza. Porque Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien. La reciente pandemia nos permitió rescatar y valorizar a tantos compañeros y compañeras de viaje que, en el miedo, reaccionaron donando la propia vida”. (FT 54). “Invito a la esperanza, que «nos habla de una realidad que está enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive. Nos habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor. […] La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna». Caminemos en esperanza”. (FT 55).
En el Adviento observamos expectantes la gran misión de Cristo de traer vida al mundo, de mostrar el amor del Padre a la humanidad. El Hijo de Dios salió de su condición divina y vino a nuestro encuentro. Esa grandeza de Dios, comunicada a los hombres y expresada en la pequeñez de un Niño nacido en un pesebre, debe generar en nosotros, a nivel individual, como familia cristiana o como comunidad de creyentes, una respuesta, una actitud. Esa actitud como de vigilancia expectante, va más allá de un simple estar atentos y termina transformándose en una esperanza expectante.
El tiempo del Adviento debe suscitar en nuestro corazón de Iglesia diocesana esa esperanza expectante, especialmente este año en que vamos a vivir unas Navidades distintas marcadas por la pandemia. Podría parecernos que la magia de la Navidad se desvanece por lejanías y ausencias impuestas por la prudencia sanitaria. Pero quizá ese modo distinto de vivir el Adviento y la Navidad, cargado de esperanza cristiana, nos permita descubrir aspectos nuevos de nuestro seguimiento de Cristo.
La esperanza expectante que el Adviento engendra en cada cristiano y en toda la Iglesia, debe movernos a ir al encuentro de todos. Cada cristiano está llamado a ir al encuentro de los demás, a dialogar con quienes no piensan como nosotros, con quienes tienen otra fe, o no tienen fe. Encontrar a todos, porque todos tenemos en común el ser creados a imagen y semejanza de Dios. Podemos ir al encuentro de todos, sin miedo y sin renunciar a nuestra pertenencia.
Estamos ante la invitación de vivir de un modo nuevo el Adviento, redescubriendo desde el dolor y el desconcierto provocado por la pandemia, respuestas nuevas que desbordan nuestro modo habitual de vivir el Adviento y la Navidad. No se trata tan sólo de prepararnos nosotros ante la inminente venida de nuestro Salvador, que celebraremos solemnemente en la Nochebuena. Esto es muy importante naturalmente, pero también lo es el hecho de que pidamos a Dios la gracia de engendrar en nosotros el deseo de imitar esa ilusión expectante que Dios mismo posee de trasmitir su mensaje de salvación, y vivamos nuestro Adviento con corazón de iglesia misionera. ¡Que en el Adviento de la Covid – 19 no nos roben la esperanza!
El Señor viene a nuestro encuentro, para que nos encontremos con Él, especialmente en este tiempo de pandemia. Y para que a través nuestro, muchos le conozcan y le amen de verdad.
+ Carlos Escribano Subías
Arzobispo de Zaragoza