Sin dejar de acompañarnos, el papa Francisco dice que «a pesar de estas sombras densas que no conviene ignorar, quiero hacerme eco de tantos caminos de esperanza. Porque Dios continúa derramando en la humanidad semillas de bien. La reciente pandemia nos ha permitido rescatar y valorar muchos compañeros y compañeras de viaje que, en el miedo, reaccionaron dando la propia vida. Hemos sido capaces de reconocer como nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes que, sin lugar a dudas, han escrito los acontecimientos decisivos de nuestra historia compartida: médicos, enfermeros y enfermeras, farmacéuticos, empleados de los supermercados, personal de limpieza, cuidadores, transportistas, hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas…, comprendieron que nadie se salva solo» (FT 54).
Nos invita a la esperanza porque «está arraigada dentro del ser humano, porque es audaz, porque sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna» (FT 55). La verdadera esperanza solo puede ser Dios, a quien el profeta Isaías le dice: «Jamás ningún oído oyó ni ningún ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él. Sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus caminos» (64,3-4).
La esperanza ha sido un oasis en medio del desierto del miedo y la inseguridad y ha hecho decir a la gente: «Míranos, todos nosotros somos tu pueblo» (64,8b). Dios mantiene la iniciativa de hablarnos como amigos. Es el regalo que nos ofrece cada día, semana tras semana, como alimento necesario para mantener viva nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad. La buena noticia es que, también en este tiempo de Adviento, hay alguien –Jesús que viene–que sale a nuestro encuentro y quiere mantenernos viva la esperanza.
Cuando ponemos la esperanza en Dios, reconocemos que somos capaces de abrirnos y, al mismo tiempo, capaces de comportarnos como Dios nos lo da a entender, puesto que nos habla como amigos. Por eso, hay que velar, estar atentos y escucharlo cuando nos habla, porque percibimos no solo lo que dice, sino el amor con que lo dice, y «quien ha sido tocado por el amor –dice Benedicto XVI– empieza a intuir qué sería propiamente “vida”». La vida entera es relación con aquel que es la fuente de la vida. Si estamos en relación con aquel que no muere, que es la Vida y el Amor mismos, entonces estamos en la vida. Entonces, «vivimos». Es la meta segura hacia donde nos hace caminar la esperanza.
+ Sebatià Taltavull
Obispo de Mallorca