Queridos fieles:
La evolución negativa de la pandemia de covid-19 ha hecho que se implanten nuevas medidas restrictivas, muy similares a las que ya se adoptaron en la fase 1. Es como si hubiésemos retrocedido seis meses en esta batalla, a cuya segunda fase llegamos sabiendo más pero también más agotados. En el fondo está el temor de colapso por parte del sistema sanitario, que ve con preocupación cómo aumenta el número de personas que necesitan ingreso hospitalario y, dentro de éstas, cómo suben también los ingresos en las unidades de cuidados intensivos de nuestros hospitales.
Ante esta pandemia volvemos a ser conscientes de que no podemos vivir solos, aislados, de espaldas a los demás. Como nos recuerda el papa Francisco en su última encíclica, Fratelli Tutti: “Es verdad que una tragedia global como la pandemia del Covid-19 despertó durante un tiempo la consciencia de ser una comunidad mundial que navega en una misma barca, donde el mal de uno perjudica a todos. Recordamos que nadie se salva solo, que únicamente es posible salvarse juntos. (Fratelli Tutti, 32).
La idea del Santo Padre se ve claramente en los llamamientos que continuamente nos hacen las autoridades sanitarias para que mantengamos precauciones, tanto por nosotros como por los demás a los que en un momento dado podamos contagiar. En este sentido cobra fuerza especialmente la llamada a los jóvenes, a los que no podemos culpar de ser inconscientes, tener mala voluntad o descuidar en masa las medidas de prevención porque la mayoría son cumplidores de las normas.
Ellos están iniciándose en la vida y tal vez necesitan más que los mayores de las relaciones sociales, por lo que las limitaciones que sufrimos todos, son especialmente acusadas por ellos. Pero aun así tenemos que seguir pidiéndoles un plus de solidaridad con sus padres, sus abuelos y el resto de la población que es más vulnerable al coronavirus y que sufren con mayores y más graves consecuencias, el padecimiento de esta enfermedad. Las estadísticas nos están diciendo ahora que uno de cada tres
nuevos positivos, en Extremadura, es menor de 30 años y la edad media de los enfermos ha bajado de los 62 años a los 42. Todos hemos de aceptar y asumir la responsabilidad que nos compete en esta hora tan difícil desde el punto de vista sanitario y económico.
Al mismo tiempo no podemos dejar de agradecer el trabajo que están haciendo una legión de sanitarios que arriesgan su vida por cuidar la nuestra: médicos, enfermeros, celadores, farmacéuticos, conductores de ambulancias, limpiadoras de hospitales y
centros de salud…
Sabemos las horas de trabajo que llevan a sus espaldas y la intensidad del mismo. Ese compromiso, además, no se queda en el centro de salud o en el hospital, se va con ellos a casa. Hemos escuchado a muchos expresar su temor de contagiarse y ser correa de transmisión de la enfermedad para sus seres queridos: mujeres y maridos, hijos y padres, hermanos y amigos. Solo
desde una vocación bien fraguada y un compromiso sin fisuras puede entenderse esa entrega.
El tiempo y la fatiga han hecho que se vayan diluyendo las muestras públicas de agradecimiento hacia ellos que manifestábamos durante el confinamiento, incluso que surjan críticas ante la imposibilidad material de llegar a todas las necesidades de la forma que todos querríamos por falta de personal humano o carencia de recursos.
Desde aquí quiero hacer un reconocimiento agradecido también a los capellanes hospitalarios, que asumen un riesgo importante y encuentran más dificultades para acompañar en la fe y consolar espiritualmente a tanta gente en los momentos dolorosos y finales de la vida. Ningún esfuerzo quedará sin recompensa delante de Dios.
+ Celso Morga Iruzubieta
Arzobispo de Mérida-Badajoz