Hoy, lo sabemos bien, el trabajo, a pesar de ser un derecho y un deber, no lo es para todos, ni siquiera es el resultado de una elección. Tampoco disfruta de ser una actividad humana totalmente ligada a una vocación que se puede ejercer con plena libertad y dedicación. El drama del paro debido a la pandemia de la COVID-19 está provocando reacciones de todo tipo, no solo reivindicativas, sino también agresivas y violentas. ¿Cómo hacerlo para globalizar la solidaridad? Las estructuras sociales, económicas y políticas pueden cambiar, pero el corazón humano es el mismo y se tiene que cuidar para que aprenda a reaccionar responsablemente ante cualquier crisis.
La Palabra de Dios elogia a quien “tiende la mano al pobre” (Pr 31,20). La necesidad está y será Jesús quien pedirá que velemos y nos propondrá la actitud de servicio como distintivo. Desde esta sensibilidad, el papa Francisco dice que “el servicio siempre mira el rostro del hermano, siente su proximidad y, hasta en algunos casos, la sufre y busca la promoción del hermano. Por eso, el servicio no es nunca ideológico, puesto que no se sirve a ideas, sino a personas” (FT 115). Así, la solidaridad se convierte en amor social y nos mantiene despiertos y sirviendo mientras haya personas necesitadas.
En estos momentos, el paro y la inmigración, junto con la problemática personal y familiar que generan, no tienen que ser fenómenos ajenos a nuestra sensibilidad evangélica ni dejarnos indiferentes. La atención que tenemos que prestar incluye necesariamente nuevos gestos de responsabilidad que ayuden a paliar los desequilibrios económicos y sociales, y tiene que procurar aquella solidaridad efectiva que establezca la justa jerarquía de valores y coloque en primer lugar la dignidad de la persona. Somos invitados a velar, a ser solidarios y a vivir sobriamente, lo cual significa decidirnos por una organización social y económica que piense más en la igualdad de todos y haga desaparecer el escándalo de las diferencias.
La actitud de vigilancia, de velar, proviene de nuestro mundo interior, de la atención que desvela en nosotros el contacto con la Palabra de Dios, de la fuerza relacional que comunica el encuentro con Cristo a través de la oración, de los sacramentos y de los más pobres, del ardor evangelizador que mueve el amor fraterno. La vigilancia actúa desde la confianza, nunca desde el miedo o la decepción; de este modo nos podremos mantener despiertos, de pie, preparados y atentos siempre para discernir qué quiere Dios de nosotros.
+ Sebastià Taltavull
Obispo de Mallorca