No podemos negar que uno de los miedos que más nos sitúan en la inseguridad en estos largos meses de pandemia que sufrimos es la que proviene del hecho de la muerte. Cada día nos llega su anuncio y su amenaza, la soledad que la rodea y la incapacidad de encontrar una salida. La vida queda desdibujada y la gente desconcertada cuando el avance de la propagación del virus está afectando de manera indiscriminada a todo tipo de personas, independientemente de su condición y sus circunstancias. Aun así, como siempre había sucedido y en un esfuerzo de investigación, muchos se plantean el sentido de su vida y se piden por la proyección definitiva más allá de la muerte.
Es en este contexto, cuando aparecen preguntas como esta: ¿Quién está realmente preparado para el momento decisivo? ¿Entendemos la muerte como parte de la vida? Reflexionándolo, se hace manifiesta una sed de Dios, expresada a través de muchas inquietudes y deseos, de decepciones e investigaciones. Una sed no siempre declarada conscientemente, pero sí experimentada en un corazón que es insaciable: sed de perfección, sed de amistad, sed de felicidad, sed de realización plena, sed de gratuidad, sed de plenitud, sed de Dios… ¿Como saciar tanta sed? Para responder, no hacen falta planteamientos extraordinarios, se trata de la vida de cada día, de una cosa tan cotidiana que, por el hecho de serlo, a menudo no le damos la importancia que tiene. En este tiempo de pandemia, es importante vivir el momento presente con serenidad y dando todo el valor a las pequeñas cosas y sentido a los acontecimientos tal y como se nos presentan.
Los cristianos sabemos que la respuesta la encontramos a la Palabra de Dios cuando se nos dice: «hermanos, no podéis desconocer qué será de los difuntos: no querríamos que os entristecierais, como lo hacen los otros, que no tienen esperanza». Lo que se nos ofrece es el consuelo de una promesa que no son palabras pronunciadas sin sentido, sino la proclamación de la Verdad más importante y fundamental del cristianismo, que se basa en un acontecimiento excepcional y único: ¡Cristo vive! ¡Cristo ha resucitado! Por eso, «tal como creemos que Jesucristo murió y resucitó, creemos también que Dios se llevará con Jesús quienes han muerto en él». Esta es la promesa que nos llena de esperanza y de consuelo. Estemos seguros: Dios cumple aquello que promete. Hace falta que le demos nuestra adhesión incondicional y confiada.
Nos tiene que quedar claro que «la esperanza no puede defraudar a nadie, después de que Dios, dándonos el Espíritu Santo, ha derramado en nuestros corazones su amor» (Rm 5,5).
+ Sebastià Taltavull
Obispo de Mallorca