Solo Dios es santo, pero la novedad es que quiere que nosotros participemos de su santidad. He aquí la más grande aspiración, el más grande deseo. Pero, ¿qué deseo arde en mi interior? ¿Qué deseo puede expresar que busco una nueva orientación para mi vida? Jesús habla de «perfección», en el sentido de «participar» de la misma santidad de Dios y lo dice así: «Sed perfectos, como lo es vuestro Padre celestial» (Mt 5,48). O con otras palabras: «Sed compasivos como lo es vuestro Padre» (Lc 6,36). Esta será la nota identitaria de haberse hecho propio el espíritu de las bienaventuranzas.
La santidad a la vez es un don. Somos invitados a ver en la santidad un camino posible para todos. Un santo no es un ser extraño, ni alguien que ha tenido que huir del mundo, ni tampoco un superhéroe. Los santos son de carne y hueso, con nuestras mismas preocupaciones e inmersiones en la realidad de cada día, como nosotros. Los santos son modelos de referencia para nuestra vida, y que, siguiendo a Jesús y el Evangelio, nos dicen que también nosotros podemos llegar donde ellos han llegado. Jesús siempre propone la invitación de una manera muy personal, y quiere una respuesta libre que acepte las consecuencias: «si quieres ser perfecto…» (Mt 19,21). Tenemos que introducir la lógica del desprendimiento, unida siempre a la perfección que proviene del amor, de dar la vida, de darse solidariamente a los otros, incluso, si conviene, a renunciar a cosas legítimas y necesarias.
En medio del desconcierto que provoca la pandemia de la COVID-19, la búsqueda de la santidad tiene que ir unida a trabajar una normalidad evangélica. Esta recuperación tiene que contribuir a que las decisiones en el campo económico y financiero surjan de un esfuerzo colectivo para reducir ostentación y gasto superfluo, y ofrezcan más oportunidades a quienes lo pasan mal. Preocupa y mucho el sufrimiento de personas que sufren el paro y la progresiva carencia de recursos de muchas familias que ya no pueden hacer frente a su precaria situación.
Jesús propone la bienaventuranza de la pobreza evangélica en todas sus manifestaciones: la sencillez, la humildad, la misericordia, la justicia, la limpieza de corazón, el trabajo por la paz, la fortaleza en medio de la persecución… Es en esta situación en la que Jesús acepta el riesgo de entregar su vida y proclamar con fuerza «¡Felices!», marcando el camino a recorrer y las actitudes a asumir (Mt 5,1-12). Los santos han entendido este lenguaje, se han enamorado de Él y lo han seguido. ¿Y nosotros?
+ Sebastià Talavull
Obispo de Mallorca