Un tiempo de «normalidad» era esperado por todo un pueblo confinado durante meses, y con esta espera muchas expectativas para volver a lo que habíamos hecho siempre. La «normalidad» ha llegado decretada, como si con una ley todo tuviera que volver al lugar de siempre. Sin embargo, volver a la «normalidad», ¿debe significar volver a lo que siempre habíamos hecho y vivido? Muchos hemos visto en la pandemia una oportunidad para revisar cómo vivimos, lo que hace que nos preguntemos: ¿Qué normalidad buscamos?
Las palabras de papa Francisco nos pueden dar mucha luz cuando constata que «hemos recorrido los caminos de la dignidad, de la solidaridad y de la subsidiariedad, caminos indispensables para promover la dignidad humana y el bien común. Y como discípulos de Jesús, nos hemos propuesto seguir sus pasos optando por los pobres, repasando el uso de los bienes y el cuidado de la casa común. Entre la pandemia que nos aflige, hemos encontrado una ayuda sólida para ser trabajadores de transformaciones que sueñan cosas grandes, no se detienen en las mezquindades que dividen y hieren, sino que animan a generar un mundo nuevo y mejor ».
Volver a la normalidad de siempre es no hacer caso de muchas voces que, desesperadas, reclaman otra ruta que conduzca a contribuir a la curación de las relaciones con nuestros dones y capacidades. «Podremos regenerar la sociedad -dice Francisco- y no volver a la llamada «normalidad», que es una normalidad enferma ya antes de la pandemia: ¡la pandemia lo ha evidenciado! «Ahora volvemos a la normalidad»: no, esto no va porque esta normalidad estaba enferma de injusticias, de desigualdades, de degradación ambiental. La «normalidad» a la que estamos llamados es la del Reino de Dios. En la normalidad del Reino el pan llega a todos y sobra, la organización social se fundamenta en el contribuir, compartir y distribuir, no poseer, excluir y acumular ».
En la misma audiencia del miércoles, el Papa Francisco concluía diciendo que para salir de la pandemia e ir a la buena normalidad, «tenemos que trabajar con urgencia para generar buenas políticas, diseñar sistemas de organización social donde se premia la participación, el cuidado y la generosidad, en lugar de la indiferencia, la explotación y los intereses particulares. Debemos avanzar con la ternura. Una sociedad solidaria y justa es una sociedad más sana. Una sociedad participativa -donde los «últimos» se les tiene la misma consideración que los «primeros» – refuerza la comunión. Una sociedad donde se respeta la diversidad es mucho más resistente a cualquier tipo de virus». ¡Otra normalidad es posible! ¡Vamos a por ello!
+ Sebastià Taltavull
Obispo de Mallorca