Las palabras y las apariencias a menudo engañan, el corazón no. Nuestra vida se construye mediante decisiones y también indiferencias, que es otra forma no plausible de decidir. Quizá pecamos de ligeros o superficiales cuando hacemos ostentación de compromisos que después no tienen ningún efecto. Es bueno reconocer con humildad nuestras irresponsabilidades para poder reconstruir en nuestra vida lo que Dios quiere realmente de nosotros, el cumplimiento de su voluntad, como pedimos en la oración del Padrenuestro. En un tiempo de sufrimiento global de la humanidad, es totalmente necesario saber qué quiere y qué espera ahora Dios de nosotros.
Si queremos hacerlo, ¿cómo podemos conseguirlo? Es preciso que nos centremos en la escucha frecuente de la Palabra de Dios y extraer de ella razones de vivir, de esperar, de creer y de amar. También podemos conseguirlo mediante la oración humilde y confiada; mediante el encuentro personal con Cristo en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía y en el sacramento del Perdón, en su presencia viva en las otras personas; también en el conocimiento del pensamiento social de la Iglesia que se dirige a todos y nos compromete con la transformación de la realidad diaria y en el gozo de compartir con otros creyentes, y quizá también no creyentes, inquietudes y compromisos para poner solución a situaciones de precariedad y conflicto. Medios no nos faltan. Los tenemos a nuestro alcance.
Es necesario, sin embargo, que para ello fijemos nuestra mirada en Jesús, el Hijo de Dios, para encontrar en él y solo en él la respuesta, hasta tener sus mismos sentimientos que son de humildad y que pueden remover nuestra conducta. Si nos fijamos en Jesús, es para llegar a tener sus mismos sentimientos, una mirada, un mismo amor, que nos abre a nuevas dimensiones que tienen que ver más con la firme decisión de su seguimiento que con promesas de quien solo quiere servir sus intereses. Contemplar a Cristo disipa todos los argumentos de superioridad y de soberbia, aniquila todas nuestras maldades, rompe todos los prejuicios, invalida las calumnias, vence toda injusticia y atropello a los derechos más elementales de la persona. Contemplar a Cristo, desde sus propios sentimientos y amor, es acercarnos a lo más profundo de su corazón, allá donde sólo el amor hasta el extremo es la explicación de todo.
Tenemos derecho a experimentar que vamos avanzando en lo que es esencial para vivir como creyentes y poder escuchar —como decía Pablo a los primeros cristianos— «dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir».
+ Sebastià Taltavull
Obispo de Mallorca