Uno de los aspectos en los que he insistido más en la Carta Pastoral es el de ir a lo más esencial del Evangelio y, por tanto, de la vida cristiana. Por ello, hacía esta exhortación: «Vayamos al Evangelio, vayamos a lo esencial» y con este comentario: «Hay mucho trabajo por hacer, no perdamos tiempo, ni lo utilicemos en aquellas discusiones frívolas e inútiles que nos impiden aprovecharlo para hacer el bien y construir más hermandad. Todas las horas del día serán para bendecir y construir. No dejando ninguna perdida o mal empleada. Vayamos a lo que es evangélicamente esencial. Somos invitados a ser rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad, tal y como nos lo indica el papa Francisco, a fin de que el reencuentro con Jesús —con el amor de Dios— se convierta en feliz amistad. Qué bien cuando esta amistad con Jesús nos ilumina para discernir lo esencial de lo que no lo es. Pensemos que lo esencial es invisible a los ojos, que es una realidad interior que debemos acoger con el corazón».
Para ir a lo que es esencial, en el Evangelio leemos cómo Jesús formula una pregunta que quiere llevarnos precisamente a lo que es decisivo para nuestra vida cristiana: «¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo si pierde la vida?». Antes, con palabras aparentemente duras, ha marcado el tono de su seguimiento y el ejercicio necesario para la vocación de discípulo: «Si alguno quiere venir conmigo, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga» . El precio que pone es «ganar» o «perder» la vida, «ganar el mundo» o «perder la vida». Pero, ¿de qué ganancia o pérdida se trata?
Jesús lo concreta en esta alternativa: pensar como Dios o pensar como los hombres. «Pensar como Dios» conduce a ganar la propia vida, «pensar como los hombres» significa perderla. Pensar como los hombres remite a caer en la tentación de prescindir de Dios y organizar la propia vida independientemente de él, como si no existiera. En cambio «pensar como Dios» es orientarse al cumplimiento de su voluntad, tal y como lo rezamos en el Padrenuestro. Todo el Evangelio, cuando oramos con él, nos ayuda a centrar nuestra vida en Dios y a mirar y tratar a las personas con su mismo amor, como lo ha hecho Jesús. Nuestras conversaciones suelen ser un síntoma de si vamos a lo esencial o no del Evangelio y del seguimiento de Jesús. Será esencial la amistad con Él y el amor fraterno, que dan sentido y fuerza a toda actividad humana y cualquier propuesta de espiritualidad y de compromiso social.
+ Sebastià Taltavull
Obispo de Mallorca