Carta Pastoral con motivo del Año Jubilar Guadalupense
Queridos diocesanos, queridos hermanos y hermanas:
El próximo día 2 de agosto, junto con mis hermanos, los obispos de las diócesis extremeñas, tendremos el gozo de abrir solemnemente la Puerta Santa con la que inauguramos el Año Jubilar Guadalupense 2020-2021. Será un acontecimiento eclesial de primer orden al que queremos hacer partícipe a todo el Pueblo de Dios que peregrina en las diócesis extremeñas: la archidiócesis de Toledo, la archidiócesis de Mérida-Badajoz, la diócesis de Coria-Cáceres y la diócesis de Plasencia: a sus vicarías territoriales, arciprestazgos, parroquias, comunidades de vida consagrada, movimientos, cofradías y hermandades, en definitiva, a todas estas Iglesias y a todos los hombres de buena voluntad que deseen y quieran tener una experiencia única del amor del Señor y de la Virgen María, su Santa Madre.
También queremos dirigirnos a todos los extremeños que tienen a Santa María de Guadalupe como su abogada y protectora, animándolos a aprovechar el acontecimiento de gracia del Año Jubilar y a unirse en las diferentes actividades que se van a realizar. Y, como no, también invitamos a todos los hombres y mujeres de cualquier rincón de España y del mundo, que quieran visitar el santuario de Guadalupe.
A unos y a otros, a todos los hombres y mujeres, niños y jóvenes, matrimonios y a todos, en definitiva, les damos nuestro más sentido abrazo de acogida en estos momentos en los que nos disponemos a subir las hermosas escaleras de este santuario y con emoción contenida abrir la Puerta Santa; sin olvidarnos que estamos todavía celebrando los 25 años de su declaración de Patrimonio de la Humanidad.
1. Guadalupe: hogar histórico y de gracia
La tradición guadalupense es inmemorial en la historia cristiana de estas tierras. Según los códices medievales esta tradición arranca y tiene su origen en el evangelista San Lucas, teniéndole por autor de la talla que fue objeto de culto en Acaya, después en Constantinopla y luego en Roma; desde allí, llegó a Sevilla, siendo papa San Gregorio Magno, el cual regaló la imagen a su amigo Leandro, el santo Arzobispo Hispalense. Era el año 590.
Esta venerable y ancestral historia nos lleva hasta la aparición de Santa María a un pastor, Gil Cordero, y al hallazgo de la sagrada imagen en el río Guadalupe. En aquel lugar, unos buenos cristianos la escondieron para protegerla de los ataques musulmanes. El pastor Gil Cordero cumplió el mandato que la Santísima Virgen le encomendó y construyó una ermita en ese lugar, que poco a poco adquirió fama. En el año 1330, el Rey Alfonso XI mandó ampliar la pequeña ermita otorgándole diversos
beneficios, ordenando construir hospitales y albergues para todos los devotos que se acercaban a la Virgen implorando favores. Transformada en un templo de estilo mudéjar toledano, fue incorporada al curato de Alía, perteneciente al Arzobispado de Toledo. Posteriormente, y concluida la batalla del Salado, el propio Rey ennobleció aún más el templo y lo declaró patronato real. El santuario comenzó a crecer en importancia, siendo emancipado de la jurisdicción civil de Talavera, de quien dependía, pasando al priorato secular erigido por el Rey en 1341, y añadiéndosele en 1348 el señorío temporal sobre la Puebla. El priorato
poco después se convertiría en regular, al ser entregado a la Orden de los Jerónimos, en el año 1389, por real provisión de Juan I de Castilla y con el consentimiento del Arzobispo de Toledo, Don Pedro Tenorio. Por su parte, el papa Benedicto XIII confirmó la constitución del monasterio mediante la bula “His quae pro utilitate”. Así se mantuvo el monasterio durante cuatro siglos: bajo el cuidado pastoral de la Orden Jerónima y con la aprobación de los arzobispos toledanos, celebrándose en el
mismo el primer capítulo general de la familia jerónima, en el año 1415. Durante varios siglos, la Orden Jerónima hizo de Guadalupe uno de los más importantes santuarios del reino, un foco de fe y devoción, de arte y cultura, en el que los monjes cultivaron las ciencias eclesiásticas y las bellas artes. Al mismo tiempo, la munificencia de reyes, nobles y prelados enriqueció el santuario con obras de los más importantes artistas, como Zurbarán o Luca Giordano.
Los arzobispos toledanos contribuyeron en su esplendor de una manera muy particular, promoviendo la devoción a la Virgen de Guadalupe, a través, incluso, de obras de ingeniería. Este fue el caso del Arzobispo Don Pedro Tenorio que mandó construir en el año 1388 un puente de piedra sobre el río Tajo para facilitar el paso de los peregrinos que se dirigían a Guadalupe. Por eso, este lugar de María sigue siendo lugar de puentes, de abrazos y de lazos fraternos, de proyectos e ilusiones, de grandeza de alma que hace a la Iglesia más grande, estando siempre dispuesta a establecer puentes de encuentro con todos los hombres y todas las culturas.
El Priorato regular terminó en el año 1835, con los tristes acontecimientos de la exclaustración y desamortización. Fueron 101
priores los que rigieron la casa de la Virgen de Guadalupe. A partir de entonces, quedó convertido en parroquia secular de la archidiócesis de Toledo, que custodió con dedicación y fidelidad el santuario mariano, hasta el año 1908. Un año antes, en el 1907, Nuestra Señora de Guadalupe fue declarada Patrona de Extremadura, y el 7 de noviembre de 1908, bajo el pontificado del beato Cardenal Sancha, la Orden Franciscana se hizo cargo del monasterio y del santuario. A partir de entonces la parroquia quedó convertida en parroquia regular conforme a la Constitución de Benedicto XIV (a. 1740-1758).
+ Francisco Cerro Chaves
Arzobispo de Toledo
Primado de España