Mientras preparaba la misa de este domingo he leído la narración evangélica en qué Jesús nos habla de un tesoro y de una perla de gran valor. Lo que él inicia y anuncia –el Reino de Dios– es comparado con el hallazgo de un gran tesoro escondido en un campo, y con una perla de gran valor encontrada por un comerciante.
Quienes han descubierto donde se hallan el tesoro y la perla invierten todo lo que tienen para llegar a poseerlos, dado su gran valor.
Hay que retener los conceptos “tesoro”, “perla” e “inversión”.
He pensado que la narración se puede concretar y aplicar a nuestra vida, porque todos buscamos aquello que es muy valioso para nosotros y nos es absolutamente deseable. Y más teniendo en cuenta que estos días son, para muchos, momentos de ocio, de descanso, de buscar lo que más nos satisface. Pero la narración también vale para quienes tienen que trabajar en este periodo.
Podemos entender que el verdadero tesoro y la perla valiosa es lo que Jesús ofrece, su propuesta de vivir como hijos de Dios y verdaderamente hermanos. Se trata, ciertamente, del mandamiento de amar a Dios de todo corazón, con todo nuestro pensamiento, con todo nuestro ser, y de amar a nuestros hermanos tal como Jesús nos ha amado. Hay que insistir en que esto es posible porque Dios nos ha amado primero, Jesucristo nos ha redimido y hemos recibido el Espíritu Santo.
Es muy importante ser conscientes de que esta propuesta es el tesoro o la perla fina. “Tesoro” es la metáfora con que nos referimos a alguien o a algo que sacia nuestros deseos; es algo que merece la pena tener y que cambia del todo nuestras vidas. Fijémonos que las madres, mimando tiernamente a sus bebés, les repiten: “¡Eres mi tesoro!”. Y que los enamorados se repiten a menudo: “Eres mi tesoro”. Y también, al referirnos a una persona que admiramos, coloquialmente decimos de ella que “es un tesoro” o que “es fabulosa”, que viene a ser lo mismo. Constatamos que siempre se da la admiración, la sorpresa por la situación vivida, por el hallazgo.
Jesús nos urge a descubrir a Dios, el Padre que ama a la humanidad, que quiere reinar en una comunidad de hermanos, como el gran tesoro y la perla más valiosa. He aquí lo que debería ser “la maravillosa sorpresa”.
La idea central y objeto de las dos comparaciones es preguntarnos si esto es de verdad lo que vivimos y lo que sucede en nuestra vida de creyentes: ¿Es Dios un tesoro para nosotros? ¿Es quien responde a nuestros anhelos más profundos, quien nos mantiene en la esperanza, quien aclara el sentido de nuestra vida? ¿Es verdaderamente el tesoro que conserva todo su valor para cada uno de nosotros?
Es entonces que debemos preguntarnos por nuestra inversión para conseguir este tesoro o esta perla de gran valor. Hablar de inversión significa: ¿Qué estamos dispuestos a hacer, a ofrecer, a renunciar, para saborear la vida cristiana como tesoro de gran valor?
Recordemos que el tesoro de una vida no se puede comprar con dinero, sino que es un don inmerecido que se consigue únicamente con fe, esperanza y amor.
Jesús hoy nos invita a descubrir los verdaderos tesoros de la vida, las perlas más bonitas.
Valoremos el tesoro de la fe que nos hace acoger a Jesús y el Evangelio. Valoremos lo que Dios nos ofrece y el estilo de vida que nos propone, porque donde tenemos el tesoro tenemos el corazón.
¡Invirtamos en aquello que merece la pena y no quedaremos decepcionados!
+ Francesc Pardo i Artigas
Obispo de Girona