Queridos fieles:
La solemnidad del Corpus Christi nos mete de lleno en el misterio de la Eucaristía, fuente, raíz y cumbre de la vida cristiana. La presencia real, sustancial de Cristo en este sacramento hace que no solo sea confeccionado y celebrado en el sacrificio de la misa, sino también adorado en nuestros sagrarios, y adorado públicamente, por las calles por las que normalmente discurren los afanes de nuestras vidas. Este año no será posible tener la solemne procesión por las calles de nuestras ciudades y pueblos, a causa de la pandemia que estamos sufriendo. Ello no nos va a impedir manifestar al Señor toda nuestra fe y agradecimiento por este don tan admirable de su presencia real en la Eucaristía.
La Iglesia, enseñada por el Espíritu Santo, que nos lleva a la verdad toda entera, como nos dijo Jesús (cf. Jn 16,13), adora al Señor en la Eucaristía. La Eucaristía comenzó a conservarse para la comunión de los fieles que no podían asistir a la celebración, como los enfermos o los imposibilitados. Y si se podía conservar, ¿cómo no adorar? ¿Cómo no acompañar a Jesús, realmente presente?
El origen de esta solemnidad, tan querida para el pueblo cristiano, se encuentra en unas revelaciones privadas y en un hecho milagroso, bien documentado históricamente, sucedido en la ciudad de Bolsena (Italia) en el año 1264 (siglo XIII). Siendo sacerdote de la Diócesis de Lieja (Bélgica), Santiago Pantaleón de Troyes, futuro papa Urbano IV, había recibido las revelaciones privadas de santa Juliana de Mont-Cornillon, la cual tuvo una visión: una luna no llena. Nada de extraordinario, puesto que nuestro satélite se presenta a nuestra vista frecuentemente así (no llena), según la diversidad de sus fases. Sin embargo, Jesús explicó a santa Juliana que la luna representaba el año o ciclo litúrgico, al cual faltaba la solemnidad del Santísimo Sacramento. Elegido Santiago Pantaleón de Troyes Sumo Pontífice con el nombre de Urbano IV, instituyó la solemnidad litúrgica con la Bula “Transiturus”, mientras estaba en la ciudad de Bolsena a donde se había trasladado, desde la vecina ciudad de Orvieto, para comprobar personalmente, sobre el corporal, las manchas de sangre que las dudas sobre la presencia real del Cuerpo y la Sangre de Cristo de una sacerdote de Bohemia, peregrino de vuelta de Roma, habían provocado mientras celebraba la Santa Misa. En Orvieto se encontraba por entonces fray Tomas de Aquino, un fraile dominico, un gran teólogo y santo. A él encargó el papa Urbano IV la composición de los textos litúrgicos para la nueva solemnidad. Desde entonces, estos textos e himnos para la liturgia de las horas no han dejado de alimentar la piedad eucarística de los fieles.
Que este año, celebrando la solemnidad del Corpus Christi de forma tan sencilla, nos acordemos especialmente de quienes más han sufrido por esta pandemia y nos hagamos solidarios, a través de Cáritas u otras instituciones de ayuda, para aliviar el sufrimiento y la escasez de tantas personas y familias que lo están pasando francamente mal.
Con mi bendición.
+ Celso Morga Iruzubieta
Arzobispo de Mérida-Badajoz