Introducción
1. Estamos celebrando el tiempo de Pascua en una situación inédita. La pandemia que padecemos y sus consecuencias sociales y económicas son fuente de sufrimiento y nos interpelan profundamente. Este escenario requiere una serena reflexión a la luz del misterio pascual de Cristo que ilumine las sendas por las que caminar. Necesitamos la luz de la esperanza que nos ayude a afrontar los desafíos presentes. También nos urge reflexionar sobre algunas cuestiones de fondo que se nos plantean en estas circunstancias: cómo percibir el amor de Dios en esta difícil situación; cómo entender este amor ante el mal y el sufrimiento; desde qué claves evangélicas podemos afrontar estos desafíos; cómo vivir hoy las bienaventuranzas en estas circunstancias concretas.
2. Dios nos ha creado por amor. Es el mensaje que surge en los primeros versículos del libro del Génesis y que se prolongará a lo largo de toda la Sagrada Escritura. Y esta realidad ilumina y da sentido a nuestra vida. Efectivamente, la creación del ser humano a imagen y semejanza de Dios es un misterio de amor: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó. Dios los bendijo; y les dijo Dios: Sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla” (Gen 1, 27-28). El segundo relato de la creación pone de manifiesto la comunicación del aliento de vida que Dios insufla en el ser humano, situándolo de modo singular en el contexto de la creación y estableciendo una relación especial con él: “Entonces el Señor Dios modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz aliento de vida; y el hombre se convirtió en ser vivo. Luego el Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia Oriente, y colocó en él al hombre que había modelado” (Gen 2, 7-8).
3. Pero junto a este misterio de amor, aparece el misterio del mal y del pecado, manifestado en el relato de la caída de Adán y Eva (cfr. Gen 3). Este misterio nos acompaña durante nuestra existencia y se ha manifestado crudamente en este tiempo de pandemia. Aun así, Dios no abandona a quienes ha creado por amor: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). Dios nunca abandona al ser humano, ni abandonó al Pueblo elegido, sino que, al contrario, se mantiene fiel a la alianza establecida. Precisamente sus obras en favor de Israel se dirigieron a restablecerlo en este pacto de amor por medio de la misericordia. Dios tampoco hoy nos abandona.
+ Francisco, arzobispo de Pamplona y Tudela
+ Mario, obispo de Bilbao
+ José Ignacio, obispo de San Sebastián
+ Juan Carlos, obispo de Vitoria
+ Juan Antonio, obispo auxiliar de Pamplona y Tudela-
+ Joseba, obispo auxiliar de Bilbao