El título de la presente reflexión me lo ha sugerido el evangelio de este domingo, conocido popularmente como el del Buen Pastor. Jesús se servía de imágenes muy populares de su tiempo para presentarse. Una de las imágenes vivas de aquella época era la del pastor con su rebaño. En Israel, desde siempre, era conocido el oficio de pastor, que cuidaba y guiaba el rebaño. Hoy solo vemos rebaños cuando vamos a la montaña o en reportajes de televisión.
“Yo he venido para que las ovejas tengan vida, y la tengan en abundancia” es una de las expresiones que usa Jesús para explicar su misión. También subraya que él es el pastor del rebaño y que las ovejas reconocen su voz.
Fijémonos en que la palabra “pastoral” se ha hecho del todo necesaria cuando hablamos de la misión de la Iglesia, de sus actividades, de quienes ejercen la responsabilidad de servirla por el sacramento de la ordenación y por la designación de servicios. Hablamos de la misión pastoral, de la pastoral de los enfermos, de la catequesis, de la familia, litúrgica… También nos referimos a los “pastores” de la comunidad, del consejo pastoral, de laicos con misión pastoral.
Y todo esto, en una sociedad eminentemente industrial y tecnológica, en que cada vez somos más las personas que no hemos tratado nunca directamente con un pastor de carne y hueso. No pasa nada, pero sí nos conviene entender el porqué de la expresión de la cual se sirve Jesús.
En su tiempo, Jesús quiere marcar la diferencia con los jefes y líderes religiosos de Israel, a quienes poco les importaban las “ovejas”, con lo que estas no les hacían caso.
Después de Jesús, en la historia de la Iglesia, la expresión se usa para indicar que hay que continuar la misión con las actitudes de Jesús como Buen Pastor.
He oído algunos comentarios de cristianos que dicen que les disgusta ser considerados ovejas por aquello de ser un grupo compacto, gregario, sin personalidad propia, que únicamente tiene que obedecer y no pensar. Pero esta visión queda muy alejada y contrapuesta a la voluntad de Jesús y de la Iglesia.
La narración evangélica destaca dos actitudes fundamentales de Jesús como Buen Pastor: él llama a cada oveja por su nombre y ellas lo reconocen; y él ha venido para dar vida en abundancia.
La llamada a cada uno de nosotros por su nombre manifiesta la atención personalizada a cada persona en su individualidad. Jesús tiene un designio, una palabra, un reconocimiento personal que nos tiene que hacer sentir que, para él, somos únicos.
Y él ha venido para dar vida en abundancia, y no a quitárnosla y a estropearla. La expresión nos recuerda su vida, su muerte y su resurrección. Ciertamente Jesús, el Buen Pastor, ha dado la vida por todos nosotros y por la humanidad para vencer a la muerte con su muerte. En su resurrección se manifiesta el triunfo de la vida en plenitud y para siempre.
En algunas entrevistas he leído que algunas personas se declaran “no creyentes” porque quieren vivir sin limitaciones.
Nosotros quizá también en algunos momentos tenemos la tentación de pensar que sin seguir a Jesús seríamos más libres, que podríamos realizarnos mejor, y que tendríamos posibilidades de vivir más intensamente.
Pues no. Fiémonos de la palabra del Señor, de su vida, muerte y resurrección.
Mons. Francesc Pardo i Artigas
Obispo de Girona