SEMANA SANTA 2020
La Cruz exaltada
La auténtica Semana Santa es la de la Cruz, que se alza como la gran señal del Dios del cielo, como el único camino del Hijo de Hombre y como reto desafiante para los hombres y mujeres de todos los tiempos.
Nada hay más grande sobre la tierra que la cruz. Nada purifica y salva como la cruz. Nada acoge y abraza como la cruz. Nada perdona y ama como la cruz. Y es que como escribía y cantaba Santa Teresa de Jesús en sus soliloquios de amor con su Cristo llagado: “abracemos bien la cruz/ y sigamos a Jesús/ que es nuestro camino y luz”, pues “en la cruz está la vida y el consuelo/ y ella sola es el camino para el cielo”.
La Iglesia en la liturgia del Viernes Santo nos invita a adorar la Cruz: “Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. Venid, a adorarlo…” “Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección glorificamos. Por el madero ha venido la alegría al mundo entero”. “Oh cruz fiel, árbol único en nobleza. Jamás el bosque dio mejor tributo en hoja, en flor y en fruto. ¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la vida empieza con un peso tan dulce en su corteza!”.
La cruz es sabiduría de Dios: “Porque para entrar en estas riquezas de la sabiduría de Dios -escribe San Juan de la Cruz- la puerta es la cruz, que es angosta. Y desear pasar por ella es cosa de pocos; mas desear los deleites a que se viene por ella es de muchos” (Cántico Espiritual, Canción 36, 13).
¿Por qué sufrió tanto Cristo? Por amor. Porque el amor se expresa en el dolor, ya que el corazón sangra por donde ama. La cruz nos revela cómo Dios nos ha amado y cómo nos ama Jesús. La cruz nos muestra cómo debemos amar nosotros a Cristo y a los hermanos.
Los santos han sido a lo largo de los siglos los grandes amantes de la cruz. Como ejemplo de todos ellos, escuchad el siguiente texto de San Juan de Ávila, Patrón del clero secular español: “¡Oh maravillosa y nueva virtud! ¡Lo que no hiciste desde el cielo servido de ángeles, hiciste desde la cruz acompañado de ladrones!… Y no solamente la cruz, mas la misma figura que en ella tienes, nos llama dulcemente a amor: la cabeza tienes reclinada, para oírnos y darnos besos de paz, con la cual convidas a los culpados, siendo tú el ofendido; los brazos tendidos para abrazarnos; las manos agujereadas, para darnos tus bienes; el costado abierto, para recibirnos en tus entrañas; los pies clavados, para esperarnos y para nunca poder apartarte de nosotros. De manera que mirándote, Señor, todo me convida a amor: el madero, la figura, el misterio, las heridas de tu cuerpo; y, sobre todo, el amor interior me da voces que te ame y que nunca te olvide de mi corazón” (San Juan de Ávila, Tratado del Amor de Dios, meditación: “La locura de la cruz”).
La cruz transfigurada
Hermanos, la cruz está ya transfigurada. Es también Pascua. “Cuando sea levantado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32). “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. En verdad, os digo que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda infecundo. Pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 23-24). Y es que “el que se humilla será exaltado” (Lc 14, 11).
Al alba del tercer día, la cruz reventó en vida y en resurrección. El amor no podía quedar estéril. El amor nunca es infecundo. El amor es siempre vida. La cruz es luz. Y la cruz floreció hasta la eternidad. “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado” (Lc 24, 5-6).
La Resurrección es el misterio que lo resume todo, la luz que lo ilumina todo, el aroma que lo perfuma todo, la seguridad que lo invade todo. “Si Cristo no ha resucitado –escribe Pablo- vana es nuestra fe… Pero no, Cristo ha resucitado, y Él es la primicia de quienes duermen el sueño de la muerte” (cfr. I Cor 15, 17-20). Nada podrá ya con nosotros, nada podrá ya apartarnos del Amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús: ni la espada, ni el hambre, ni la sed, ni la desnudez, ni el peligro, ni la persecución, ni la enfermedad, ni la muerte (cfr. Rom 8, 37-39). En todo vencemos por Aquel que nos ha amado hasta hacerse cruz redentora, cruz florecida, cruz transfigurada, pascua sin ocaso, humanidad nueva y definitiva, aurora de eternidad.
La Cruz nos lleva a la luz como el Tabor fue preludio, anuncio y anticipo del Calvario. El Calvario no es sólo el monte santo de la Cruz, sino también y, sobre todo, el jardín de la Resurrección, la montaña sagrada de la luz y de la vida.
Y ahora, mientras nos disponemos a recorrer el camino que nos conducirá a los días grandes e inefables de la Semana Santa, miremos al Cristo de la cruz y de la luz para decirle con uno de los himnos de la Liturgia de las Horas (Vísperas, Viernes I, vol IV):
“En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de mi cuerpo a tu cuerpo con vergüenza.
¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo explicarte mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?
Ahora ya no me acuerdo de nada,
Huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo pido no pedirte nada.
Estar aquí junto a tu imagen muerta
E ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta”
Mirada de amor a la Virgen María
Queridos hermanos: os invito a volver la mirada y el corazón a la Virgen María, nuestra Madre, la Virgen de los Dolores que sufre con su Hijo, el “Varón de dolores” (cfr. Is 53, 3).
“María, no sin designio divino, -afirma el Concilio Vaticano II- se mantuvo erguida, sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de Madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la Víctima que Ella misma había engendrado” (LG 58). Así, “padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó en forma enteramente singular a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad” (LG 61).
Virgen María, nos unimos a tu dolor: “Oh dulce fuente de amor,/ hazme sentir tu dolor/ para que llore contigo./ Y que, por mi Cristo amado, / mi corazón abrasado/ más viva en él que conmigo” (Himno de Laudes de la fiesta de la Virgen de los Dolores).
Virgen María, nos unimos a tu alegría: “Alégrate, Madre de la luz, porque Cristo, el Sol de Justicia, ha vencido las tinieblas del pecado e ilumina el mundo entero”. “Reina del cielo, alégrate, porque el Señor a quien has merecido llevar en tu seno, ha resucitado”.
Hermanos, os deseo de corazón a todos:
¡FELIZ SEMANA SANTA!
¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!
+ Mons. Vicente Jiménez Zamora
Arzobispo de Zaragoza