Queridos fieles:
Siguiendo con las líneas fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia, a propósito del servicio de la caridad objetivo final de este Año Pastoral, me propongo tratar brevemente un tema de permanente actualidad para la convivencia humana, que no es otro que el de la justicia social.
La justicia social está íntimamente ligada al bien común y al ejercicio legítimo de la autoridad en la sociedad. La justicia social solo puede apoyarse, si quiere conseguir su objetivo duradero, sobre la base del respeto a la dignidad trascendente del ser humano. Aquí el adjetivo “trascendente” tiene una importancia capital. Si el ser humano no tiene una dignidad que se apoya en una base que trasciende su inmanencia, la justicia social no será verdaderamente humana, ni auténtica, ni duradera. Si el ser humano -para decirlo con claridad- apoya sus relaciones de justicia sociales y económicas, jugando la sola carta de su humanidad sin un apoyo en Dios, el riesgo de ser utilizado, vapuleado y, al final, ninguneado, para conseguir los intereses de los más fuertes y violentos, es muy grande.
La justicia social está exigiendo considerar al “otro” como “otro yo”, sin ninguna excepción, cuidando de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente. Ahora bien, sin un apoyo trascendente, la criatura humana, a la larga, queda a expensas de prejuicios, soberbias, egoísmos que obstaculizan el establecimiento de sociedades donde se viva de verdad la justicia social en todos los ámbitos, también en el ámbito económico.
Estamos viviendo, en estos días, en nuestra tierra extremeña, tensiones entre los agricultores y la administración que nos preocupan y que ponen sobre la mesa problemas sociales graves. Alguno ha escrito que, cuando los agricultores salen a la calle y protestan, es porque la situación de injusticia es grave, ya que se trata de unas personas normalmente honradas y pacíficas, poco inclinadas a la protesta. Hablan de unos precios de sus productos que no alcanzan a cubrir los gastos que originan su producción. Solo pido a todos los implicados en el problema que pongan todo su interés en solucionar esos problemas de justicia social que parecen evidentes. Y responder a esas exigencias no solo para solucionar un puntual problema de orden público sino desde una perspectiva más profunda de respeto a una exigencia de justicia social para toda persona humana, cuya dignidad hunde sus raíces en el Creador y amador de los seres humanos. Esta visión profunda de la dignidad de cada persona humana sin excepción funda una exigencia de justicia social sólida y duradera y, por tanto, pone un sólido fundamento para un funcionamiento verdaderamente humano de la economía.
Dostoievski, apoyado en su fe cristiana, pensaba que la sola ética humana no garantizaba una justicia social sólida. El racionalismo -esa deformación de la razón humana que se cierra totalmente a la trascendencia- conduce al nihilismo, en el que, al final, solo importa el dinero, el sexo, los honores y “vivir en regalada abundancia sin tener que inclinarse ante nadie”, como dice el autor ruso en su famosa novela “Los Hermanos Karamazov”. Eso mismo pienso apoyado en la Doctrina social de la Iglesia, que deriva de la misma fe cristiana.
+ Celso Morga Iruzubieta
Arzobispo de Mérida-Badajoz