La Campaña Contra el Hambre que organiza cada año Manos Unidas nos despierta del letargo en que estamos sumidos, distraídos por nuestros asuntos y adormecidos por nuestro bienestar. Vivimos envueltos en ruidos, músicas y sensaciones que ensordecen y adormecen. La Campaña Contra el Hambre viene a ser un eco del grito que nos llega desde la tierra.
Este grito surge, en primer lugar, de los pobres hambrientos. Agradecemos a Manos Unidas que no haga demasiados discursos plagados de estadísticas y estudios sociológicos. Es su costumbre señalar rostros concretos, con nombre y apellido, lugares reales e historias verídicas, de donde nos llegan gritos, a veces silenciados, que en su conjunto conforman un inmenso clamor. Han de ser los destinatarios de nuestras ayudas concretas.
Pero este grito, en segundo lugar, surge de la tierra misma. San Pablo nos dejó escrito que
“La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios… Porque sabemos que hasta hoy toda la creación está gimiendo y sufre dolores de parto” (Rm 8,19.22)
Desde que San Juan Pablo II introdujo en sus mensajes el concepto de “ecología integral”, entendemos mejor estas palabras del Apóstol. Uno de los fundamentos de nuestra fe es creer en Dios Padre creador del cielo y la tierra. En medio de ella fuimos colocados para custodiarla, transformarla mediante el trabajo y disfrutar de ella compartiéndola. Por eso, no podemos pensar en la tierra olvidándonos de los seres humanos que la habitan, ni en las personas humanas, al margen de la tierra que es su “casa común”. El destino de la tierra está ligado al de la humanidad. Cuando San Pablo dice que la tierra está gimiendo, es por eso mismo: mientras los hijos de Dios vivan sometidos al sufrimiento por la esclavitud del pecado, la tierra seguirá gimiendo. Es un gemido de expectación, que durará hasta que se manifieste la gloria y la libertad de los hijos de Dios.
Mientras tanto, como nos recuerda el Papa actual, no es posible acoger el clamor de los pobres sin atender al clamor de la tierra. Y al revés: el grito de la tierra degradada seguirá sonando mientras siga oyéndose el clamor de los hambrientos.
En realidad es un mismo grito el de la tierra y el de los pobres. Ya están unidos en su origen. Porque ambos proceden del abuso y explotación egoísta. La persona, la clase social, la nación, el grupo, que tiene como objetivo prioritario el uso de “lo otro”, es decir, de los bienes materiales, para su exclusivo beneficio, también explota “al otro”, el otro ser humano, del mismo modo, aun a costa de empobrecerle.
La misma lógica hay que emplear si hablamos de dar respuesta a estos gritos. Como es el ser humano el explotador, también ha de ser la persona humana quien responda. Estamos ante un deber moral urgente, que pasa por los detalles más cotidianos de usos y costumbres y por grandes realizaciones y proyectos de progreso. Pero hoy también estamos ante un deber de amor a los más pobres, cuya voz, proveniente del mismo Dios, encuentra eco en la llamada de Manos Unidas: “Quien más sufre el maltrato al planeta no eres tú”.
Unos buenos oídos despertarán buenos corazones. El Dios, amigo de los pobres de la tierra, será glorificado.
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat