Puestos a soñar, nos atrevemos a dar un paso más y hablamos de “encuentro personal”. No perdemos de vista el mundo de la política y de la convivencia en general, aunque cada vez vamos viendo que, conforme avanzamos, descubrimos más lejano el estilo de la convivencia social, especialmente en el mundo de la política.
Hemos visto que el paso del “pacto” a la “alianza” significa un acento considerable en lo personal. Las personas se ven más comprometidas en el hecho de establecer alianza con otros, cuenta mucho más la promesa de fidelidad, es decisiva la confianza que se merecen, hay un riesgo frente al futuro, que se asume esperanzadamente. Podemos recordar logros muy positivos en el terreno de la política y de la economía realizados con “espíritu de alianza”, como el cooperativismo, cuyos éxitos o fracasos se debían precisamente por la revitalización o la pérdida de ese espíritu.
El paso que damos ahora es todavía más personal: hablamos del encuentro tú a tú. Ese momento en que la persona está frente al otro y entre ellos se establece una corriente de conocimiento, valoración y afecto. El “yo” y “el otro” están plenamente involucrados. El peso de lo personal es decisivo. El compromiso al que se llega en el encuentro no es “externo”, como hacer algo juntos, cumplir unas estipulaciones, o plasmar por escrito unas condiciones.
Históricamente se ha dado y todavía hoy está previsto “casarse por poderes”, aunque los cónyuges nunca se hayan conocido personalmente. Hoy existen compromisos matrimoniales, o simplemente de convivencia en pareja, cuyos contrayentes no se han visto y comunicado más que por Internet. No sabemos si hay que llamar a eso “alianza matrimonial”, pero podría denominarse así.
Si tomamos como modelo lo que ha ocurrido en la Historia de la Salvación, el paso de la Antigua Alianza que selló Yahvé con Israel no era suficiente. No era “suficiente” para el amor de Dios. Dios se había dado a conocer como el Dios único, fiel y misericordioso a través de sus obras en la historia del pueblo: así se presentaba y era recordado por los profetas. Al pueblo le correspondía actuar y vivir consecuentemente. Pero, sea por la falta de fidelidad del pueblo, sea por la sobreabundancia del propio amor de Dios, Él buscó el “tú a tú”, el encuentro personal y directo, asumiendo nuestra condición humana. Dios adquirió un rostro humano concreto, una vida y un lenguaje como el nuestro. Todo para poder pasar de un régimen de alianza, en el que cada uno (Dios y el hombre) se quedaba en su lugar, a un régimen de presencia, de encuentro personal: “De muchas maneras nos había hablado por los profetas, en los últimos tiempos nos ha hablado por el Hijo”, dice la Carta a los Hebreos. Vino a su casa, a los suyos, para ser recibido y creído, leemos en el comienzo del Evangelio de San Juan.
El “cara a cara” que busca Dios en su Encarnación determina una manera de ser y de vivir, que para nosotros es ineludible. Uno piensa que la mayoría de los conflictos sociales y de convivencia se deben a que no nos miramos a la cara y si lo hacemos es para reafirmar nuestro odio y nuestro egoísmo. En el caso de la Nueva Alianza, que inauguró Jesucristo, jugamos con ventaja, porque el rostro de Dios Padre que él mismo refleja incluye una inefable mirada de misericordia, que seduce y llama al encuentro personal de una amistad.
Ocurrió entre sus contemporáneos y ocurre hoy, con tal de que nos dejemos mirar y le contemplemos con toda humildad.
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat