Último domingo del año litúrgico. Fiesta de Cristo Rey. Jesucristo, Señor de todos y de todo.
Hace algunos años, en esta fiesta de Cristo Rey, después de la Misa Mayor de la parroquia, me esperaba una persona, fiel habitual, que quería hablar conmigo. “Padre –me dice–, esto de hablar de Jesucristo como rey no me ha gustado nada, y me parece que es el peor título que se le puede dar”. Yo le respondo que quizás no me he explicado bien en la homilía y que tiene buena parte de razón, si pensamos en los modelos humanos de la historia. Y añadí: “Cristo reina desde la cruz”, intentando explicar el porqué de la expresión y su sentido.
Debemos recordar que en los evangelios Jesús se sirve de la expresión «Reino de Dios» o, también, «Reinado de Dios» para manifestar la nueva realidad que ha empezado con él, y que nos ofrece. Significa que Dios ha empezado a realizar su voluntad en la historia humana.
Recordamos también que, en la religión judía, el gran rey de Israel fue David, y esta expresión formaba parte de su fe.
Posteriormente, en el momento histórico que se subraya con este título, la realeza es el modelo de gobierno de muchos países. De aquí que Jesús sea rey, pero el rey de la cruz, el rey de la entrega, del servicio, del amor y del perdón. Jesús es rey, pero del Reino de Dios.
El fragmento del evangelio de este domingo es como el resumen del anuncio de Cristo que hace Lucas en todo su evangelio.
– Jesús en la cruz. Lucas también nos dice que, clavado en la cruz, Cristo pedía al Padre el perdón para sus verdugos. Expresión suprema de la misericordia del rey que muere perdonando.
– Las autoridades religiosas judías se ríen de Jesús, y le retan: si es el Mesías de Dios, el rey esperado, que se salve él mismo como había salvado a otros.
– Los soldados también se burlan de él, y lo hacen reprochándole el título del rey de los judíos.
– Sobre la cruz había un letrero que expresaba la sentencia de Pilatos, el representante del hombre más poderoso de la tierra, y que decía: «El rey de los judíos».
– Uno de los criminales también lo ve como rey con poder de salvarlo de la cruz: “¿No eres el mesías? ¡Sálvate a tú mismo y a nosotros!”.
– Solo uno de los criminales, expresión de la escoria del mundo, sabe descubrir en Jesús el inocente, el hombre bueno, es capaz de darse cuenta de su culpa, y de pedir el perdón y el recuerdo de Jesús cuando esté en su Reino.
El triunfo final de Jesús –fijémonos en ello–, es conseguir la sencilla plegaria de un criminal crucificado a su lado. Acto final y solemne del camino de Jesús, el Mesías: acoger la plegaria del pecador.
Su fuerza y su poder: amar hasta dar la propia vida.
Su victoria: ofrecer el amor de Dios, la salvación, a todo el mundo que, de una u otra manera, reconoce que tiene necesidad de ello.
La Buena Noticia de esta fiesta es precisamente que Jesús es nuestro Rey y Señor, y no otro. Jesús es el que da su vida para que la muerte, el mal y el pecado no reinen; es quien ofrece el amor que llega al perdón, y hace posible que la persona sea transformada y transformadora del mundo.
No podemos tener mejor Señor. Podemos depositar en Él nuestra confianza.
+ Francesc Pardo i Artigas
Obispo de Girona