Estamos en noviembre. Quizás sea tiempo o momento propicio para hacernos algunas preguntas de interés para todos: ¿Quién vencerá en esta batalla de desfigurar y destruir la creación de Dios? ¿Vencerán los que se empeñan en hacer lo posible para conseguir esa destrucción? No. Yo pienso que hay una fuerza más poderosa en nuestro mundo que la fuerza destructora de lo creado por Dios: el acto redentor de Cristo, el Redentor de los hombres. ¿Por qué pienso esto, ahora que estamos cerca de exhortar a la preparación de la venida del Señor en Adviento, tiempo que precede a la Navidad?
La creación del cosmos está al servicio de los hombres y mujeres, el único ser creado a imagen y semejanza de Dios. Y resulta que se está introduciendo de manera cada vez más dominante una explicación de lo que es nuestra vida de seres humanos. La podríamos formular así: “En el principio era el Azar, que dio origen al cielo, a la tierra, al hombre y la mujer”. Esta explicación cambia totalmente el rostro de la realidad, tal y como la entendemos en el pensamiento cristiano, pues no expresa una racionabilidad y bondad. No. Todo es puro azar, pues se piensa que los hechos humanos se explican por la “buena suerte-mala suerte”. El ser humano, así, se siente como si fuera lanzado a la vida por fuerzas impersonales.
¿Nos podemos encariñar con una realidad que se me presenta ahora con este rostro? ¿No sería bueno preguntarnos hacia dónde nos dirige esa manera de ver las cosas? Es mejor valernos de la imagen del camino, que nos recuerda, enseguida, la realidad de nuestra vida. ¿Acaso nuestra vida no es un camino? Pero un camino tiene un punto de partida y una meta a la que se dirige. El hombre y la mujer, cada uno de nosotros, ¿de dónde viene? ¿Cuál es la meta última? Ya sé que hoy somos muy reacios a contestar estas preguntas, pero yo quiero hacerlo. Seguro que me lo permiten.
No es un capricho, porque hoy muchos no saben responder a estas dos preguntas; y tal vez, por esta ignorancia, caminan en las tinieblas y habitan de algún modo en una tierra tenebrosa. A sus espaldas, tienen el azar como explicación. Ante ellos, la nada eterna. Creen que existimos por azar, y estamos destinados a desaparecer para siempre; es lo que hoy piensan muchos. ¿Y qué se consigue con ello? Pesimismo y mal humor en muchos de nuestros contemporáneos, puesto que esta es la respuesta, que, en gran medida, reciben tantos por parte de la cultura en la que vivimos. Pero también porque el peso de esta respuesta es insoportable para los seres humanos. Ahora bien, es esta misma cultura ha convencido a una mayoría de nuestros contemporáneos de que las preguntas sobre el origen y su destino final son inútiles. Y de este modo no pueden recibir una respuesta verdadera.
No es extraño, pues, que se haya puesto en marcha un sistema educativo que tiende a exaltar lo provisional y a huir de lo definitivo, como buena forma de orientar y vivir la vida. No por casualidad oiremos en Adviento que esta es la condición de un pueblo que camina en las tinieblas y habita una tierra tenebrosa. La Iglesia, pues, quiere comunicar a este pueblo innumerable, y a quienes viven en esta condición, una noticia: se nos ha encendido una luz, y una respuesta nos ha sido dada. Y es Cristo, que nace para enseñarnos a vivir como Él, que es además Camino, Verdad y Vida. No venimos del azar, ni vamos a no se sabe dónde. Venimos del amor de Dios, podemos vivir como Jesucristo y tener esperanza, la que no defrauda. Nada más grande podemos ofrecer los cristianos a nuestros contemporáneos, que tantas veces no saben dónde ir, porque no saben de dónde vienen.
La falta de orientación en la vida, el no saber hacia dónde vamos, y, en definitiva, no conocer el Amor de Dios manifestado en Cristo no puede llevarnos sino a la desesperanza, o a un camino que lleva a toparnos con el muro de la muerte y la falta de amor, a desesperar de nuestro futuro. Una sensación que muchos padecen y que nosotros, los hijos de la Iglesia, tenemos esforzarnos por hacer desparecer, si es que amamos a Dios, que quiere la luz y la salvación para todos los hombres.
+ Braulio Rodríguez Plaza
Arzobispo de Toledo. Primado de España