Este domingo celebramos la tercera Jornada Mundial de los Pobres, instituida por el papa Francisco.
Como cada año, el Papa nos hace llegar su mensaje, en el cual nos invita a ser muy conscientes de la realidad de los pobres y de nuestras actitudes para con ellos.
Este año el mensaje lleva por título: «La esperanza de los pobres nunca quedará frustrada». Recoge las expresiones de los salmos 9 y 19, que son de actualidad y manifiestan que la fe, en el corazón de los pobres, les devuelve la esperanza perdida a causa de la injusticia, el sufrimiento y la precariedad de la vida.
También el salmo 10 se hace la pregunta que se ha repetido a lo largo de los siglos hasta nuestros días: ¿Cómo puede Dios tolerar la situación del pobre y la arrogancia de quien lo oprime? ¿Cómo puede permitir que sea humillado, sin intervenir para ayudarlo? ¿Por qué permite que el opresor tenga una vida feliz cuando su comportamiento tendría que ser condenado precisamente por la humillación del pobre?
Hay que notar que este salmo se compuso en un momento de un gran desarrollo económico, que, como suele pasar, provoca muchos desequilibrios sociales. Refleja la condición dramática de los pobres cuando se comparaba con la riqueza de unos pocos privilegiados.
Al leer el mensaje y contemplar la realidad he constatado nuevamente algunos hechos que deberían conmovernos y hacernos reaccionar. La crisis económica no ha sido obstáculo para que algunos grupos de personas se enriquecieran en desmesura, mientras aumentan los pobres sin acceso a todo tipo de bienes necesarios para una vida digna, y que, además, a menudo son marginados, maltratados en su dignidad y explotados.
Recuerdo un hecho de hace unos años a las puertas de la iglesia donde, cada día, a la hora de las celebraciones, había algunos pobres tendiendo la mano. A menudo, con los fieles, al entrar o salir del templo hablábamos «de nuestros pobres». Un día, uno de ellos, el más habitual, se dirige a nosotros y nos dice: «No me llamo pobre, me llamo Juan». Fue para nosotros una gran lección, porque reclamaba al menos su dignidad como persona.
El Papa describe las numerosas formas de esclavitud de millones de hombres, mujeres, jóvenes y niños: familias que tienen que abandonar su tierra para poder subsistir; jóvenes que no tienen acceso al trabajo a causa de políticas económicas; víctimas de violencia, de las guerras, de la prostitución, de las drogas, de los odios…; los inmigrantes, a los cuales se niega la solidaridad y la igualdad; y tantas personas marginadas y sin techo que se arrastran por nuestras calles.
Nuestras reacciones y actitudes
Hay que ser conscientes de que Dios está a favor de los pobres, porque es aquel que “escucha”, “interviene”, “protege”, “defensa”, “redime”, “salva”. Dios no permanece indiferente, porque es quien que hace y hará justicia. El día del Señor destruirá las diferencias. Pero ahora podemos empezar a destruir estas diferencias, porque ahora ha empezado el día del Señor.
Jesús se identificó con los indigentes: “Todo aquello que hacíais a uno de estos hermanos más pequeños, me lo hacíais a mí” (Mt 25,40). Él inaugura su predicación con la bienaventuranza de los pobres, que nosotros debemos ir haciendo realidad.
La Iglesia, por misión, no tenemos que permitir que nadie se sienta extraño o excluido. Nuestro servicio es verdadera evangelización. La promoción de los pobres no es ajena al Evangelio. Más bien al contrario: manifiesta la validez de la fe cristiana.
La jornada tiene que servir sobre todo para descubrir la bondad escondida en su corazón, atender su cultura y expresiones para iniciar un diálogo fraterno, para tenderles la mano y amarlos.
+ Francesc Pardo i Artigas
Obispo de Girona