El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad (cf. sal. resp.). La misericordia del Señor es tema fundamental de la liturgia de hoy. Esa misericordia es fruto del amor que Dios tiene a todos los seres. Corrige poco a poco a los que pecan y les recuerda su pecado para que se conviertan y crean en Él. El Ev. es un ejemplo concreto que demuestra que el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido. De Jesús parte la iniciativa de hospedarse en casa de Zaqueo, jefe de publicanos y rico, que a raíz de eso se convirtió. Así nosotros, como testigos de la misericordia, no podemos despreciar a nadie por sus pecados, ni estar encerrados en las sacristías, sino que tenemos que salir a acercarnos a los alejados para que se conviertan al Señor. (Comentario del Calendario Litúrgico-Pastoral 2018-2019).
Aleluya, aleluya, aleluya
Tanto amó Dios al mundo,
que entregó a su Unigénito;
todo el que cree en él tiene vida eterna.
Lc 19, 1-10. El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.
Entró en Jericó e iba atravesando la ciudad. En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publícanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa». Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador». Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más». Jesús le dijo: «Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».
Otras lecturas del día:
– Sab 11, 22 — 12, 2. Te compadeces de todos, porque amas a todos los seres.
– Sal 144. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.
Bendeciré tu nombre por siempre,
Dios mío, mi rey.
Te ensalzaré, Dios mío, mi rey;
bendeciré tu nombre por siempre jamás.
Día tras día, te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles.
Que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas.
El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan.
– 2 Tes 1, 11 — 2, 2. El nombre de Cristo será glorificado en vosotros y vosotros en él.