Hablar de la Iglesia es hablar de misión, porque, como ya nos lo recordó el Concilio Vaticano II con el decreto sobre las misiones, “la Iglesia peregrina es misionera por su naturaleza” (AG 2). Pero este año necesitamos serlo algo más. Y así es, porque el papa Francisco ha puesto de nuevo el acento en la misión. Ya nos lo dijo en la Alegría del Evangelio (EG 15): “La causa misionera tiene que ser la primera, y la salida en misión tiene que ser el paradigma de toda obra de la Iglesia”. Y ahora, con ocasión del centenario de una carta apostólica del papa Benedicto XV, ha convocado un mes de octubre misionero en todo el mundo. Sí. Porque la misión, más que nunca, es urgente. Este mes no nos puede dejar indiferentes, y nos tiene que hacer despertar la inquietud más profunda en cada uno de nosotros.
El tesoro de la fe que llevamos dentro nos debe empujar a salir en una doble dirección. En primer lugar, evidentemente, hacia tantas personas de nuestro mundo, en otros países y culturas, donde todavía no han conocido a Cristo. Y a hacerlo sin miedo. Pero hay otra misión que ha nacido con fuerza en nuestra Europa, antiguamente cristiana, y también, evidentemente, en nuestro Obispado de Girona: la misión en nuestra propia casa. La misión entre las personas que nos rodean, personas procedentes de otras culturas y de otras tradiciones religiosas, y a las cuales hay que poder explicar qué creemos y qué nos mueve. Pero, al mismo tiempo, también debemos explicarlo a todas aquellas personas que habían conocido a Cristo pero que, bien por la ausencia de testimonio en las comunidades donde vivían, bien por debilidad de aquellos que estábamos llamados a ser ejemplos vivos del evangelio, se han alejado de Él; o también porque han nacido y crecido sin ninguna experiencia religiosa o porque así lo han decidido.
Nos conviene, pues, salir e ir al encuentro del “otro”, pero no porque queramos volver a ser muchos, sino como una necesidad de nuestra misma fe. Así como el hecho de creer en Jesús como Hijo de Dios me envía a mi prójimo para amarlo y servirlo, también me envía para explicarle quién es Jesús para mí. Y hay que hacerlo sin miedo, sin complejos, como lo hicieron aquellos primeros apóstoles. Un grupito de hombres y mujeres, en una ciudad que había dado muerte a Jesús y en un mundo donde no lo conocían, lo anunciaron. ¿Seremos capaces de hacerlo hoy nosotros? ¿Estamos dispuestos hoy a intentarlo de nuevo, porque creemos en Cristo? La misión es una acción, y una acción que requiere urgencia. El papa Francisco, en la exhortación apostólica Christus vivit, dirigida a los jóvenes, les recuerda que tienen que ser siempre misioneros valientes (n. 175-178), y les dice: “Sed unos enamorados de Cristo para dar testimonio del evangelio en todas partes. No esperéis que la misión resulte fácil y cómoda, pero no tengáis miedo, porque vosotros sois el ahora de Dios”. Esto que el Papa dice a los jóvenes nos lo dice a todos. Seamos, pues, verdaderos enamorados de Cristo y vivamos sin miedo el ahora de Dios. Porque la misión no era para ayer, ni la tenemos que dejar para mañana. La misión es para hoy, y es más urgente que nunca.
+ Francesc Pardo i Artigas
Obispo de Girona