Mes Misionero Extraordinario es octubre de este año por convocación del Papa Francisco. Y octubre es un mes dedicado al Rosario en la piedad mariana, por disposición del Papa León XIII (1886). Rosario alude a una serie de oraciones, literalmente a modo de corona de rosas, dirigidas entrañablemente por los fieles a la Virgen María. El rosario es también una sarta de cuentas que se pasan entre los dedos para rezar ordenadamente esa oración repetida. El Papa Juan Pablo II por la Carta Apostólica “Rosarium Virginis Mariae”, del 16 de octubre de 2002, determinó que a los misterios de gozo, de dolor y de gloria, se añadieran cinco “misterios de luz” o luminosos, a saber el Bautismo de Jesús en el Jordán, la autorrevelación en las bodas de Caná, el anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión, la Transfiguración del Señor y la institución de la Eucaristía. Cubren los misterios de luz el tiempo que va desde el comienzo de la actividad pública de Jesús hasta la última cena en que instituyó la Eucaristía.
La Fiesta de Nuestra Señora del Rosario fue introducida por el Papa san Pío V el año 1571, fijada para el día 7 de octubre y celebrada como memoria según el calendario litúrgico de la Iglesia.
A lo largo del Rosario o corona mariana, los fieles meditan los “misterios de Cristo” bajo la guía de Santa María Virgen que acompañó a su Hijo desde la concepción, el nacimiento, la vida oculta en Nazaret, siguiéndolo a Jesús como discípula, pasando por la pasión y crucifixión hasta la gloria de la resurrección. María, nos enseña como maestra a aprender en su escuela el itinerario completo de Jesús.
Para apreciar en su específico alcance la oración del santo Rosario es importante que tengamos presente que a lo largo de los 20 misterios (gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos) meditamos ayudados por la Virgen María el camino descendente, histórico y ascendente de nuestro Señor Jesucristo (cf. Fil.2,6-11): Descendió del cielo, vivió entre nosotros y subió a la gloria del Padre. El Credo de nuestra fe se va desplegando en forma de oración delante de nosotros, invocando reiteradamente a María Madre del Señor y nuestra Madre.
Nuestra vida, como bautizados en Jesucristo y discípulos suyos, está anclada en Él. Apoyándonos en San Pablo podemos decir que la relación de los cristianos con Jesucristo se especifica a través de varias preposiciones: De, con, en, por medio de y hacia; que significan respectivamente origen, incorporación, ámbito de vida, mediación y meta. Nuestra vida está arraigada en Jesús. Por ejemplo, la oración enseñada por Jesús a sus seguidores es distinta de la oración de los fariseos, de los discípulos de Juan el Bautista y de los paganos (cf. Mt. 6, 5ss; 11, 1). El “kerigma” apostólico contiene rasgos de la historia de Jesús. El recuerdo de la vida de Jesús, o mejor la memoria creyente de la narración de la historia de Jesús debe acompañarnos siempre en nuestra relación propia con el Señor. Los métodos de oración y procedimientos, la investigación teológica, las actitudes y la conducta de los cristianos deben tener a Jesús en el centro, que es el Hijo único y el Revelador del Padre. La fe y la oración, la predicación y la teología reciben su sello identificador por la íntima relación con Jesucristo animada por el Espíritu Santo.
Pasamos a otro punto. El día 23 de septiembre recibimos en la basílica santuario del Corazón de Jesús, que es como el corazón espiritual de nuestra Diócesis, las reliquias de Santa Bernardette, la vidente de la Virgen Inmaculada de Lourdes. Era una muchacha pobre, enfermiza y analfabeta; cuando tenía catorce años una mañana fría y lluviosa del 11 de febrero de 1858, fue a buscar leña para el fuego de casa junto con una hermana y una amiga. De repente quedó sorprendida y fuera de sí cuando desde la gruta de Massabielle le llegó un resplandor que envolvía a una Señora vestida de blanco con una banda azul y con un rosario entre las manos. Al ver que rezaba esa Señora, comenzó a orar Bernardette también con el rosario que había sacado del bolsillo. Como tardaba y sus compañeras la esperaban impacientes al otro lado del río, tuvo que contarles lo ocurrido. En Lourdes la Virgen María eligió como confidente y portadora de mensajes del cielo destinados a la humanidad a una muchacha desconocida e irrelevante. María, la sierva humilde en quien Dios realizó grandes cosas, prolongó la elección de lo débil para confundir a los sabios (cf. Mt, 25; 1 Cor. 1, 27. 31). A través de Bernardette la oración del Rosario está unida a las apariciones de Lourdes, como atestigua la historia.
Bernardette vivió siempre en la ocultación, también como religiosa. El día 16 de abril de 1879, miércoles de Pascua, poco después del mediodía ante una imagen de la Virgen exclamó: “Yo la vi. ¡Qué bella era! ¡Cómo deseo volver a verla!”. Con un crucifijo entre sus manos repetía la petición: “Ruega por mí, pobre pecadora”. El avemaría del rezo del Rosario también acompañó a la sencilla y humilde vidente de Lourdes cuando cruzaba la puerta hacia la eternidad, hacia el Buen Dios, acompañada por la Virgen Inmaculada. La visita de las reliquias de Santa Bernardette, que recibimos gozosamente debe reforzar el mensaje que nos dirigió en nombre de la Virgen. Necesitamos escuchar la llamada a la oración, el mensaje de la conversión, la promesa del perdón y de la misericordia de Dios. Desgranemos el rosario también nosotros; dejémonos guiar por personas elegidas por Dios para comunicarnos las lecciones más importantes de la vida, esas lecciones que tienen la capacidad de enseñar “ahora y en la hora de nuestra muerte”.
Hace tiempo me impresionó en la visita una anciana, que apenas podía moverse; tenía en el respaldo de su silla un rosario colgado, al que acudía intermitentemente. En conversación con María llenaba su soledad, recibía fuerzas en su cruz y vivía con inmensa serenidad. El Rosario es una oración, particularmente indicada en la ancianidad, en la soledad, en la enfermedad y en el cansancio, cuando disminuye la capacidad de esfuerzo y de concentración.
“Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros”.
Cardenal Ricardo Bláquez
Arzobispo de Valladolid