Queridos diocesanos:
En la religión judía, todo aquel que no pertenecía al pueblo elegido era tenido por un pagano y era excluido de la salvación. En la interpretación más extrema, se consideraba a los gentiles como “hijos de las tinieblas”. Algunos rabinos más liberales, como Hillel, aceptaban como máximo que los extranjeros se hicieran “prosélitos”, uniéndose a la comunidad del pueblo de Israel.
En este tema, también Jesús rompió con los moldes de la sociedad de su tiempo, acercándose a los extranjeros y acogiéndolos. Los extranjeros no son excluidos de la acogida que Jesús brinda a los enfermos, a los marginados, a la gente sencilla o a los niños.
Entre las personas a las que Jesús cura hay diversos extranjeros: un hombre samaritano, purificado de la lepra (cf. Lc 17, 11-19); un hombre de la Decápolis, de quien Jesús expulsa una multitud de demonios (cf. Mc 65, 1-20); una muchacha fenicia, curada de su enfermedad a causa de su madre (Mc 5, 23 ss.) y el criado de un centurión romano de Cafarnaúm (Lc 7, 1-10). Su actitud de acogida y curación de los paganos puede considerarse un gesto profético. Aunque su misión se centró en Israel, Jesús responde positivamente a su fe y abre su acceso al reino de Dios.
Hay una sentencia de Jesús, que debió sonar muy dura en el ambiente de su época. Frente a aquellos judíos que estaban muy seguros de su salvación por ser miembros de una raza, dice: “os digo que vendrán muchos de oriente y de occidente y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, mientras que los hijos del reino serán echados fuera a las tinieblas, en donde habrá llanto y rechinar de dientes” (Mt 8, 11-12). Jesús anuncia con estas palabras que los pueblos paganos se sentarán en el reino de Dios al lado de los padres de Israel. Más aún, los paganos ocuparán el puesto reservado a los hijos de Israel.
También la parábola del buen samaritano resulta un desafío para la mentalidad estrecha de muchos judíos, porque los samaritanos eran considerados mestizos y apóstatas (cf. Lc 10, 30-37). Jesús presenta como modelo de conducta a un samaritano generoso que se conmueve ante la desgracia del prójimo.
San Pablo advierte con claridad que Jesucristo ha derribado los muros que construimos los hombres (cf. Ef 2, 14) y dice que por Cristo Jesús “ya no hay judío ni griego” (Gal 3, 28). Si queremos ser la Iglesia de Jesús no debemos cerrar las puertas a nadie. Todos los hombres tienen derecho a gozar de la salvación de Dios. El Papa Francisco escribe: “Me gustaría decir a aquellos que se sienten lejos de Dios y de la Iglesia, a los que son temerosos o a los indiferentes: ¡El Señor también te llama a formar parte de su pueblo y lo hace con gran respeto y amor!” (EG 113).
+ Francesc Conesa Ferrer
Bisbe de Menorca