Pensamientos oportunos en los inicios de curso.
Imaginemos que nos subimos a un avión, último modelo de la ingeniería aeronáutica, provisto de los últimos avances en seguridad, rapidez, confort, sostenibilidad, capacidad y diseño. Admiramos el aparato, incluso nos sentimos orgullosos del progreso científico y técnico que muestra. Tomamos asiento, despega y nos sentimos a gusto. Pero imaginemos que, de repente, nos damos cuenta de que hasta ese momento todo ha sido un movimiento mecánico: ni anuncios, ni avisos por megafonía, ni la propia carta de embarque, nos han advertido de su destino. No sabemos dónde nos lleva. Deslumbrados por la perfección y la belleza de aparato, se nos ha olvidado averiguar dónde va.
Esta situación absurda es una parábola de nuestra civilización, nuestra manera de vivir, la forma predominante y propia de vivir de nuestra cultura moderna – postmoderna. Estamos metidos en un gran viaje, cuyo destino real ignoramos o queremos ignorar.
Lo peor es que, como solemos confesar en momentos de una cierta lucidez, decimos que “es la vida que nos lleva”. A veces creemos que somos nosotros los actores, quienes deciden el destino y el camino. Pero no es así.
Susana Tamaro, nos decía “donde el corazón te lleve”. Pero la realidad es que nos sentimos “llevados”. Podemos creer incluso que es el corazón quien nos lleva, pero el propio corazón puede estar engañado, seducido, o confundido con gustos y sentimientos superficiales. No somos realmente conscientes y libres. Quizá hemos perdido el corazón, algo parecido a lo que ahora suele llamarse (y exigirse) “interioridad”.
Recordamos la novela La naranja mecánica, de Anthony Burgess, llevada al cine en una versión aún más pesimista, por Stanley Kubrick. Un film que no podía dejar de impactar, aunque su argumento no era sino la exageración extrema de una idea ya tratada por otros muchos autores: el poder “del sistema” (político, económico, ideológico, cultural) llega a aniquilar el individuo, privándole toda consciencia, libertad, responsabilidad y convirtiéndole en un ser dominado por la violencia, el sexo y la droga. La terapia psicológica – científica que el propio sistema le aplica fracasa, porque no logra recuperar “la persona”. La persona humana sufre una enfermedad más profunda y crónica, que es la soledad.
El comienzo de curso a la postre ha de hacernos pensar en el sentido de nuestro trabajo y nuestra actividad en general. Ya hemos mencionado las ilusiones, la idea de progreso, los proyectos que nos mueven a volver a empezar. Inevitablemente hemos de profundizar en el final de todo. El “para qué” de todo, del sueldo, del descanso, del dinero, de la ciencia, de la salud, del sexo, de la cultura, de la amistad, de las instituciones sociales, de la diversión, etc.
El creyente cristiano responde a esta cuestión fundamental con las palabras que tantas veces ha escuchado y rezado:
“Bendito sea Dios, que nos ha creado y bendecido en Cristo… Nos eligió antes de la fundación del mundo para que seamos santos e irreprensibles en su presencia, en el amor. Nos ha destinado por medio de Jesucristo a ser sus hijos…” (cf. Ef 1,3-5)
Quien en el inicio nos creó por amor, nos destina al amor. Nada hay más indispensable para iniciar la vida de un curso, si queremos hacerlo con la dignidad que se merece la persona humana consciente y libre.
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat