Queridos fieles diocesanos:
Me dirijo a vosotros al comienzo de este curso para orientar nuestra actividad pastoral mostrando los retos y objetivos inmediatos que nos presenta la iglesia, al tiempo que continuaremos profundizando en el más amplio programa diocesano de pastoral vigente, que todos conocéis. Este curso está determinado muy singularmente por algunos eventos de la Iglesia universal y nacional que asumimos como nuestros propios (el mes misionero extraordinario, el Congreso Nacional sobre los Laicos) además de algún otro esfuerzo particular nuestro. Sin embargo, antes de comenzar la presentación de estos objetivos podemos compartir alguna reflexión inicial que nos haga centrar la mirada del corazón.
La reflexión que ha hecho el Papa Francisco dirigiéndose en una importante carta fechada el 29 de junio a los católicos alemanes, puede ayudarnos también a nosotros a orientar nuestros criterios y corazones, para clarificar la mirada y para centrar nuestra experiencia de fe. El Santo Padre, ante los profundos retos de la secularización y el panorama de la vida social y cultural que compartimos, nos alerta e invita de nuevo como solución a vivir la Iglesia como lo que es: un misterio de comunión para la misión.
Este es el mejor aliento y el consejo más certero. Buscar otros caminos puede ser secundar los criterios del mundo cediendo
a la tentación, las modas, a lo políticamente correcto y al inmovilismo. Es imprescindible hacer siempre el discernimiento
evangélico para responder como discípulos del Señor en su Iglesia, sin apropiarnos de ella ni proyectar nuestros criterios,
viciados frecuentemente por la visión mundana de las cosas, ni mimetizar los comportamientos sociales y políticos que nos
invaden, haciéndonos creer que son la única forma de vivir y de actuar. Por dramática que sea cualquier situación, la erosión o el decaimiento de la fe, o cualquier situación interna que nos pueda desmoralizar, no hay respuesta cristiana que no se sustente
en la oración, la paciencia, la humildad, la caridad y la escucha. Cuanto se opone a ello nos contamina y destruye. El Evangelio,
por consiguiente, nos lleva siempre a caminar en comunión, asumiendo nuestros límites abiertos a la acción poderosa de Dios,
recuperando la misión evangelizadora y dispuestos a responder a cuantos se abren a la gracia de Dios con la palabra del apóstol: “No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda” (Hch 3,6).
Es necesario para ello, como nos recuerda Francisco, redescubrir el sensus Ecclesiae que nos libra de particularismos, personalismos narcisistas y tendencias ideológicas, y que siempre va unido a la comunión de la que puede nacer una verdadera sinodalidad para caminar unidos en la fe y el amor. El Papa Francisco advierte de nuevo sobre un mero “cambio estructural, organizativo o funcional”, que constituiría “un nuevo pelagianismo”, una herejía “rechazada por la Iglesia en el siglo V que alegaba que no era necesario que Cristo nos salvara del pecado sino que el hombre era suficientemente bueno y fuerte por sí mismo para hacerlo” (cf. Evangelii Gaudium, 32). Por todo ello, no hay progreso ni se resuelven los problemas sin verdadera vigilancia y conversión interior. “Sin esta dimensión teologal, en las diversas innovaciones y propuestas que se realicen, repetiremos aquello mismo que hoy está impidiendo, a la comunidad eclesial, anunciar el amor misericordioso del Señor”.
¡Qué importante es orientar nuestros pasos para crecer como Iglesia en este “sentido” por el que prevalece el amor obediente y
siempre fiel, cuidadoso en la fraternidad y el respeto, lleno de la contemplación que nos hace descalzarnos ante el misterio para
adorar a Cristo, el Señor, y después de contemplar sus heridas, consolar al mundo herido por el pecado y por todo mal que
destruye su alma o desprecia su dignidad! ¡Qué importante es abrir el corazón al Evangelio de la Gracia y a la irrupción el Espíritu Santo para caminar bajo su luz! Recuperemos el primado de la evangelización, como hemos pretendido hacer estos años anteriores, con la convicción de que el Señor “siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad”. Dice Francisco: “Es cierto, hay momentos duros, tiempos de cruz, pero nada puede destruir la alegría sobrenatural, que se adapta, se transforma y siempre permanece, al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo”.
+ Rafael Zornoza
Obispo de Cádiz y Ceuta