- La alternancia entre el día y la noche, la luz y las tinieblas, el verano y el invierno, el sueño y la vigilia, el trabajo y el descanso, forman parte del movimiento del mundo, de la fecundidad de la tierra y de nuestro ritmo vital. La continuidad sin alteración es monotonía penosa; la alternancia es condición de vida.
- El descanso es una ley de Dios al hombre que imita su forma de proceder. “Descansó el día séptimo de toda la obra que había hecho” (Gén. 2, 2). Dios bendijo el día séptimo y mandó al hombre que lo respetara: “Recuerda el día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para el Señor, tu Dios”. (Ex. 20, 8-19; cf. Deut. 5, 12-15). Para nosotros los cristianos, el domingo es la plenitud del sábado, ya que el primer día de la semana, -el día siguiente al sábado- resucitó el Señor, lo llamamos “domingo o día del Señor”. El descanso es parte de la celebración cristiana del domingo. El domingo es día para la Eucaristía y el descanso. “Un domingo con Misa es más bonito”, dijo una vez un niño. Los cristianos celebramos el domingo, participando de la Eucaristía e imitamos el descanso de Dios; es también oportunidad para practicar las obras de misericordia; es memorial de la resurrección de Jesucristo y anticipo del descanso eterno. Nuestro destino final es la fiesta, el descanso, la alegría, la comunicación con Dios y con los hermanos.
El descanso vacacional no es total inactividad ni disfrute “a tope”. No es una especie de trabajo invertido o de otra manera, nos fatigamos de no hacer nada. Es una oportunidad para recobrar fuerzas, para intensificar la vida familiar y el trato con los amigos, para visitar lugares atractivos que añorábamos, para leer lo que desde hacía tiempo deseábamos y no podíamos, es una ocasión para dedicar ratos de soledad y silencio ante Dios, para pasear y hacernos eco del cántico de San Francisco a Dios por las criaturas. Es un tiempo propicio para el crecimiento interior.
El descanso festivo es un derecho, conseguido a veces después de una larga lucha social. Por esto, las autoridades públicas tienen el deber de vigilar para que los ciudadanos no se vean privados, por motivos de productividad económica, de un tiempo destinado al descanso. Debemos recordar a quienes no pueden descansar; y por atender a otras personas enfermos, ancianos o niños no pueden experimentar la dimensión liberadora del descanso.
Hay muchos que no pueden tomar un tiempo de vacaciones porque no tienen trabajo estable. No podemos olvidar esta relación entre trabajo y descanso en nuestra sociedad en la que la tasa de desempleo es tan alta sobre todo en los jóvenes; e incluso donde el trabajo es precario o remunerado insuficientemente para cubrir las necesidades a veces más elementales. El trabajo es un derecho fundamental para el bien del hombre, y ser reconocido en su dignidad personal, para contribuir al bien común, para ganarse el pan laboriosamente y para mantener a la familia no sólo como resultado de la beneficencia. El trabajo da libertad y serenidad para contemplar el presente y el futuro. La paz justa social depende también de que el derecho básico al trabajo sea respetado y promovido.
- El descanso es considerado en la Sagrada Escritura como don de Dios; y el pueblo de Dios en la celebración de la Pascua da gracias a Dios por el don del sábado.
En el canto llamado del “dayyenú” (“nos habría bastado”) Israel da gracias a Dios por los dones recibidos: Si nos hubiera sacado de Egipto, nos habría bastado; si nos hubiera abierto el mar delante de nosotros para pisar tierra firme, nos habría bastado; si nos hubiera alimentado con el maná, nos habría bastado; “si nos hubiera dado el sábado, nos habría bastado”. Es decir, el sábado es don de Dios; no es simplemente ley natural y biológica, ni conquista social. Podemos traducirlo a nuestra experiencia personal: La simple cesación del trabajo no introduce al hombre en el descanso; puede estar dando vueltas toda la noche sin conciliar el sueño porque en su interior hay una zozobra que le inquieta. “La ley del Señor es descanso del alma; es decir, la reconciliación con Dios es fuente de paz y de descanso. Puede estar nuestro corazón como un molino sin parar porque hay algo revuelto en el interior que impide reposar. Necesitamos acudir a la invitación del Señor: “venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas” (Mt. 11, 28-29).
Por eso la vida eterna se representa también como descanso del hombre que ha escuchado la palabra de Dios. “Si escucháis la voz de Dios, no endurezcáis el corazón. Si la acogemos por la fe, entraremos en el descanso, del cual la entrada de Israel en la tierra prometida es sólo una imagen. Al terminar nuestra peregrinación por este mundo habitaremos ña “tierra nueva y el cielo nuevo” y entraremos en el descanso que Dios nos garantiza (cf. Heb. 3, 7-4, 13).
+ Card. Ricardo Blázquez
Arzobispo de Valladolid