Sea bienvenida la “nueva” sensibilidad ecológica. Y felicidades a quienes tengan la suerte de vivir en vacaciones un contacto directo con la naturaleza.
No es que la sensibilidad ecológica sea nueva. Como asunto específico, que merece y necesita ser tratado expresamente en el ámbito social y político, ya se consideraba hace ciento cincuenta años, en plena revolución industrial. La cuestión ecológica, en sus distintas versiones, se ha visto siempre vinculada al desarrollo humano científico – técnico – industrial. Es, por tanto, asunto político de primer orden, aunque hoy todavía no tiene respuesta en el ámbito internacional. Recordamos que, hace unos días, la última Cumbre del G 20, en Kioto, ha concluido sin acuerdo satisfactorio sobre la restricción de la emisión de gases contaminantes… Ya el famoso informe del Club de Roma “Los límites del crecimiento” (1972), aunque proponía limitar también el crecimiento poblacional, con medios que no aceptamos, acertó en el hecho de vincular la cuestión ecológica con el desarrollo técnico y económico incontrolado e ilimitado. Es curioso que los países con regímenes más colectivistas, como China y la antigua URSS, hayan sufrido los desastres ecológicos más graves, y que el país donde más se ha desarrollado el movimiento ecológico sea el mayor emisor a la atmósfera de Co2, EEUU, y se niegue a firmar protocolos para su reducción… Todos los políticos nos hablan de desarrollo sostenible, pero las propuestas concretas no pasan de medidas superficiales, aunque llamativas.
Esto es un ejemplo de las diversas contradicciones que presenta el movimiento ecológico. Entendemos que el fundamento, la razón y el motivo del movimiento ecológico no puede ser una simple “sensibilidad” o un mero instinto de supervivencia, ni un puro deseo de denunciar a los poderosos. Sin duda no puede ser una moda.
Uno ha de ser ecologista en todos los aspectos de su vida. No se puede ser ecologista en la protesta y al mismo tiempo caer en las redes del consumo: degradar el terreno con una fiesta sin límite, o comprar ropa convulsivamente, o adquirir y usar aparatos electrónicos, ordenadores, móviles, etc., sin necesidad real, o no aplicar la misma sensibilidad ecológica referida a animales en peligro de extinción, y a la vida humana del embrión gestado en el vientre materno, o al consumo de drogas que matan, o a la vida humana de un enfermo terminal…
Todo indica que los ecologistas en general se han de plantear la cuestión primera: ¿por qué soy ecologista? Y estas otras preguntas vinculadas a ella: ¿cómo entiendo la naturaleza y la vida del ser humano en medio del cosmos?; ¿qué sentido tiene la naturaleza, para qué está ahí?; ¿qué es para mí?; ¿cuál es la razón de ser de la actividad humana en contacto, en relación a ella (trabajo, investigación, diversión, explotación, desarrollo, contemplación, ocupación, etc.)?
Estas cuestiones son decisivas no sólo para la política, sino también para la vida más concreta y cotidiana. Las contradicciones que presentan la nueva sensibilidad ecológica y el movimiento que le da cauce y salida pública, se han de solucionar necesariamente en el terreno de estas preguntas. Estas cuestiones apuntan a convicciones profundas y a actitudes personales, que comprometen toda la vida.
Las voces que vienen de miradas más clarividentes hablan de “ecología integral” y de “conversión ecológica”. Pero eso se ha de explicar. ¿Se trata de convertirse a la tierra como si fuera una diosa? ¿Qué conversión hará posible una verdadera y eficaz ecología?
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat