Queridas hermanas:
De nuevo la “Jornada Pro orantibus” nos hace volver la mirada sobre cada uno de los monasterios de la diócesis donde mantenéis ardiendo la llama de la vida contemplativa. Hoy, nuestro corazón agradecido reconoce en vosotras el mejor regalo de Dios que nos recuerda, en palabras del pensador francés Blaise Pascal, que “el hombre supera infinitamente al hombre”.
Al ser creados a “imagen y semejanza de Dios”, cada uno de nosotros, es portador del “aliento divino” que nos invita a ir más allá de nosotros mismos. Este “aliento divino”, el alma, despierta en nosotros, un deseo de infinito que es, a la vez, irrefrenable e inextinguible. Ninguna cosa creada, ni los afectos más nobles, ni las mismas personas que nos quieren, son respuesta adecuada a esta sed de infinito que albergamos en nuestro corazón. Somos, en efecto, un ser habitado por el “aliento divino” y, desde el bautismo, somos morada del Espíritu Santo que clama en nuestro interior. Por eso, solo Dios es respuesta adecuada a nuestra sed, como lo canta el salmista: “Solo en Dios, descansa mi alma, porque de él viene mi salvación; solo Él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré” (Sal 61).
Muchas personas que desconocen esto, vagan por todas partes buscando respuesta a su hambre y sed de infinito. A veces, incluso se vuelcan desenfrenadamente sobre las cosas y las personas, hasta idolatrarlas. La experiencia nos enseña que éste no es el camino adecuado para calmar el deseo que hay escrito en nuestro corazón. Cómo decía el mismo pensador francés, “en el corazón de todo hombre existe un vacío que tiene la forma de Dios. Este vacío no puede ser llenado por ninguna cosa creada. Él puede ser llenado únicamente por Dios, hecho conocido mediante Cristo Jesús”.
Es Jesucristo, Dios y hombre verdadero, quien resuelve verdaderamente el enigma humano. En su humanidad Cristo nos muestra la belleza de ser hombre y nos abre a la condición divina que es nuestra verdadera vocación. Siendo hombres, nuestro destino es Dios, sólo Dios y su Amor. En cada uno de nosotros está impresa la huella de la Trinidad –ésta es la semejanza con Dios- y la invitación a descansar en su Amor de manera definitiva y para siempre, por toda la eternidad.
Justo en esta encrucijada en la que se encuentra el hombre, aparece la vida contemplativa como una luz potente que pone en evidencia la consagración a Dios y el sentido de toda una vida dedicada a Él. Sin la vida contemplativa, queridas hermanas, nos resultaría difícil relativizar las cosas creadas y las personas, que, siendo de Dios, no son Dios. Vuestra presencia en los monasterios nos hace descubrir que Él es lo único necesario, el tesoro escondido, la perla preciosa (Cf. Mt 13, 44-45). Con esta sabiduría de los contemplativos aprendemos a valorar a las personas y a todo lo creado como camino hacia Dios, como compañeros de viaje, sabiendo que la única meta a la que aspiramos es Él mismo y su Amor infinito.
Con estas reflexiones podemos entender mejor el lema de esta “Jornada Pro orantibus”: La vida contemplativa. Corazón orante y misionero. Vuestro corazón, ganado por el Señor, consagrado a Él, no cesa de interceder por nosotros y, desde la potencia del Espíritu Santo, llega a todas partes. Esta es la grandeza de la virginidad que posibilita un amor que trasciende los límites del cuerpo. Llevada por el Espíritu, vuestra oración y vuestro amor atraviesan los muros de vuestros monasterios y alcanzan a “todos” porque el “Espíritu” es la posibilidad de comunión con “todos” y con “todo”. Vuestro amor, que no conjuga la carne con nadie, es un amor de donación que el “Espíritu” radicaliza y universaliza. Es lo que alimentaba el corazón de S. Pablo cuando decía “me he hecho todo para todos” (1 Cor 9, 22).
Un corazón orante es a la vez misionero porque extiende su oración hacia los fieles de la diócesis y hacia cuantos necesitan conocer el Amor de Dios. Es esta la mejor limosna que podéis dar: vuestras personas consagradas a Dios y al amor de los hermanos. Por eso, todos nosotros, los cristianos de la Diócesis Complutense, estamos agradecidos por vuestra presencia, por vuestra oración y porque nos enseñáis a descubrir lo único necesario (Cf. Lc 10, 42). El Papa Francisco en su mensaje para esta “Jornada Pro orantibus” nos recuerda que las contemplativas sois como faros en la noche, vigilantes y centinelas que custodian la ciudad de Dios. Por ello, con todo afecto, os damos las gracias a todas y a cada una y os reconocemos como el mejor regalo de Dios.
Como os vengo indicando todos los años, queridos fieles cristianos de la Diócesis de Alcalá de Henares, nuestra gratitud y nuestra ayuda no pueden faltar para el mantenimiento de nuestros monasterios y para acrecentar las vocaciones a la vida contemplativa. Al Dios, tres veces Santo, Beatísima Trinidad, encomendamos esta intención.
+ Juan Antonio Reig,
obispo Complutense