Mons. Sebastià Taltavull La experiencia del Resucitado en el corazón de los apóstoles y su influencia en la comunidad de los discípulos nos hace pensar a nosotros, seguidores de Jesús, cómo vivimos hoy nuestra relación con Él y la comunicación que hacemos de su Evangelio. La madurez que todos los discípulos adquieren gracias a su presencia y, desde Pentecostés, por la fuerza interior de su Espíritu, da mayor firmeza a su fe y se convierten en testigos valientes. La permanencia en la ciudad sugerida por Jesús hasta la venida del Espíritu Santo hace más consistente su vida de comunidad y más intensa su oración, a la vez que intuyen con más claridad que el Señor les encarga prolongar su misión con una nueva percepción de la realidad, pero contando siempre con su asistencia.
Para ellos, los discípulos que han vivido varios encuentros con el Señor resucitado, no les es difícil encajar su ausencia física. Su fe ha madurado mucho. Se han identificado tanto con su voluntad y su proyecto de salvación hasta que llega el momento en el que saben con certeza que el Señor no les deja, que siempre los acompaña y que, a partir de ahora, será Él mismo, a través de su Espíritu, quien los inspire en cualquier circunstancia lo que tienen que decir y deben hacer. El libro de los Hechos que hemos meditado a lo largo del tiempo pascual nos da una prueba evidente cuando hemos visto que la Iglesia crece y se expande. Lo importante es que nosotros seamos conscientes de que en la actualidad somos los encargados de seguir haciendo lo que hemos aprendido de Él.
Al contemplar la proyección de futuro en Dios que tiene nuestra existencia a la luz de la resurrección de Cristo, sabemos bien que no será una fórmula la que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que nos infunde cuando nos dice: ¡Yo estaré con vosotros! Vivimos el tiempo del Espíritu y sabemos que está con nosotros. Así lo ha entendido la Iglesia a lo largo de más de veinte siglos, así lo viven los testigos de la fe de todos los tiempos y los que son hoy asesinados para seguir a Jesús y anunciarlo, verdaderos discípulos misioneros. No solo debemos evitar la actitud de quedarnos inmóviles mirando hacia el cielo, sino que hemos de acoger con plena responsabilidad la llamada a comprometernos en la transformación de la sociedad. Dar este paso es un signo inequívoco de madurez cristiana.
+ Sebastià Taltavull Anglada
Obispo de Mallorca