Mons. Sebastià Taltavull Seguimos caminando hacia la Pascua. Ahora, el evangelio nos sitúa en la trayectoria de entender lo que significan las palabras «misericordia» y «perdón». Contemplando la actitud de Jesús ante la probable ejecución de una mujer sorprendida en pecado, es todo el pueblo el que debe escuchar el misericordioso ofrecimiento de un perdón ilimitado. La desproporción resulta tan grande que parece impensable poder conciliar la venganza ambiental que se respira con el perdón que proviene de Jesús. Con ello pide una justicia de más calidad, un amor hecho perdón hasta el extremo.
La mirada de Jesús es una mirada que salva. En otras ocasiones se había acercado a un ciego de nacimiento, a un paralítico, a diez leprosos, a una samaritana, y eso le había provocado una situación de conflicto, porque cualquier gesto a favor de un marginado significaba una oposición declarada hacia unas tradiciones sagradas. Al igual que los marginados, Jesús es acusado por los jueces de turno que en nombre de la ley alzan las manos cargadas de piedras para descargarlas implacablemente sobre la persona pecadora.
Esta vez, Jesús se acerca a una mujer acusada de adulterio. Pero es importante que nos fijemos en la mirada. La de los letrados y fariseos: saturada de rabia y rencor. La de la mujer: inundada por el dolor, el arrepentimiento y la ofensa pública. La de Jesús: llena de proximidad, de amor misericordioso y perdón. Jesús, que es un hombre libre, pone en primer lugar la dignidad humana y la igualdad entre el hombre y la mujer. Jesús no ve a una pecadora a condenar, sino una mujer a la que amar, perdonar y salvar. Esta es la grandeza de Jesús y la grandeza que se nos pide a nosotros a la hora de actuar para rehabilitar a las personas: desacuerdo total con el pecado y firmeza para erradicarlo, pero siempre con la mano tendida al pecador.
Jesús habla claro y en nombre de Dios dice lo que piensa: «Aquel de vosotros que esté libre de pecado que tire la primera piedra». Es la afirmación más contundente que se ha podido escuchar contra la pena de muerte. La mirada, el gesto, el silencio, la interpelación, han transformado los corazones. Las palabras finales solo ayudan al reconocimiento del amor infinito de Dios, como en el sacramento del Perdón: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más». El perdón implica la conversión. Es lo que Jesús pide a cambio.
+ Sebastià Taltavull
Obispo de Mallorca