Mons. Braulio Rodríguez “Subimos a Jerusalén, dice Jesús en el evangelio de san Lucas, anunciando su marcha a celebrar la Pascua en la ciudad santa. Esta alusión a la subida del Señor con sus discípulos a Jerusalén aparece varias veces a lo largo del tercer evangelio (desde 9,51 a 19,28). Los Doce no entienden por qué Jesús tiene deseos de subir a Jerusalén, y se les ve perplejos y sin ganas de llegar a la ciudad.
La razón de Jesús para llegar allí donde David estableció la capital de su reino y Salomón construyó el primer templo es, sin embargo, su deseo de cenar la Pascua con sus discípulos. Cumpliría así la misión que le había confiado su Padre. Esta misión es precisamente obedecer al Padre hasta entregar su vida en expiación por el pecado del mundo, y así ofrecer la vida nueva por su resurrección de entre los muertos. Por ello podemos nosotros hoy participar de esta vida nueva de Jesús: se nos dio el Espíritu Santo y recibimos en la Eucaristía su Cuerpo y su Sangre.
Esta es la máxima gracia de Dios, que recibimos en los Sacramentos Pascuales. Y es tan grande que debemos volver a conmemorar cada año la Pascua del Señor recorriendo el camino cuaresmal que empieza el Miércoles de Ceniza hasta llegar a la nueva Jerusalén y celebrar allí la más grande de las fiestas cristianas. En esto consiste vivir la Cuaresma. Todo un programa de escucha de la Palabra de Dios, de ayunar de vicios y pecados, de oración para conocer de nuevo los designios del Señor sobre nuestra vida. Es también tiempo de pedir perdón de esos mismos pecados nuestros, de orar por los demás pecadores. Y, igualmente, se nos pide que en Cuaresma seamos la Iglesia de Cristo que prepara, con amor a los adultos y niños en edad escolar, para recibir los sacramentos de la Iniciación Cristiana, tras un proceso precioso de iniciación.
¿Quiénes tienen, de este modo, algo tan hermoso y atrayente como es esta renovación pascual, que prepara la Cuaresma, sino los cristianos? ¡Cómo no aprovechar este tiempo propicio! Muchas veces pienso que no caemos en la cuenta de la riqueza que está a nuestro alcance. Nadie está obligado a aceptar esta invitación de Cristo y su Iglesia, pero no es coherente dejar tanta hermosura en tanto olvido.
“Cada año, pues, a través de la Madre Iglesia, Dios concede a sus hijos anhelar, con el gozo de habernos purificado, la solemnidad de la Pascua, para que… por la celebración de los misterios que nos dieron nueva vida, lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios (Prefacio I de Cuaresma)”. Así comienza el Papa Francisco su Mensaje para la Cuaresma de 2019. Utiliza también el Pontífice las palabras de san Pablo: “La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios” (Rom 8,9).
Por todo ello, la celebración del Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, culmen del año litúrgico, nos llama una y otra vez a vivir un itinerario de preparación, conscientes de que ser conformes a Cristo es un don inestimable de la misericordia de Dios. Y el Papa Francisco expresa, en su Mensaje, una reflexión muy sugerente, pues dice él que, si el hombre vive como Hijo de Dios, como persona redimida, que se deja llevar por el Espíritu Santo, y sabe reconocer la ley de Dios poniéndola en práctica, beneficia también a la creación, en su corazón y en la naturaleza. “Por eso, la creación desea ardientemente que se manifiesten los hijos de Dios, es decir, que cuantos gozan de la gracia del misterio pascual disfruten plenamente de sus frutos, destinados a alcanzar su maduración completa en la redención del mismo cuerpo humano”. Es lo que vemos en el famoso “Cántico del hermano sol” de san Francisco, que el Papa describe en la famosa encíclica Laudato si (n. 87).
Cuaresma es signo sacramental de esta conversión nuestra a Dios; y es una llamada a los cristianos a encarnar más intensa y concretamente el misterio pascual en su vida personal, familiar, social, en particular mediante el ayuno, la oración y la limosna. En realidad, al “Cuaresma” del Hijo de Dios fue un entrar en el desierto de la creación para hacer que volviese a ser aquel jardín de la comunión con Dios que era antes del pecado original. “Que nuestra Cuaresma suponga recorrer ese mismo camino, para llevar también la esperanza de Cristo a la creación”. No dejemos transcurrir en vano este tiempo favorable.
+ Braulio Rodríguez Plaza
Arzobispo de Toledo, Primado de España