Mons. Agustí Cortés Hace muchos años asistí a una larga discusión entre monitores de jóvenes: unos defendían que ante los jóvenes debíamos nombrar a Jesús siempre como amigo y nunca como “Señor”; otros, por el contrario, decían que debíamos evitar que los jóvenes entendieran su relación con Jesús sólo como ellos suelen tratarse entre sí, es decir, con una amistad corta, interesada, sin compromiso… La discusión acabó mediante el acuerdo de que Jesús ciertamente es nuestro amigo, pero un amigo “muy especial”. Lo que estaba en juego era muy importante: no solo se trataba de saber tratar a Jesús, sino también de saber tratarnos entre nosotros (pues siempre somos lo que somos en relación a Él).
No dejaban de venir a la mente tres palabras de Jesús en el Evangelio de San Juan. Una, su respuesta a la interpelación de Pilato: “en efecto, como dices, soy Rey” (18,37); otra, en la Última Cena: “pues si yo, el maestro y señor, os he lavado los pies” (Jn13,12). Otra, conversando con sus discípulos:
“Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor. A vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (15,15)
Esta palabra de Jesús forma parte del texto que durante más de tres años nos ha iluminado y que resumíamos en tres mensajes: “permaneced en mí”, “amaos unos a otros”, “dad fruto abundante”.
Es un gran honor y un gran regalo que Jesús nos cuente entre sus amigos. ¿Qué entiende Jesús aquí por “siervo” y qué quiere decir con la palabra “amigo”? ¿Por qué nos llama amigos y al mismo tiempo nos invita a obedecerle, como si fuéramos siervos?
Aquí Jesús utiliza la palabra “siervo” refiriéndose a aquel que realiza el trabajo sólo porque se lo manda el amo: no ha de hacer otra cosa más que cumplir el mandato (quizá por miedo a la represalia de la autoridad). La relación que Jesús quiere tener con nosotros, por el contrario, ha de ser la relación propia de los amigos. ¿Qué entiende Jesús aquí por “amistad
– Entiende aquella relación que nace de la elección libre (“yo os he elegido”) y de la comunicación y conocimiento íntimo (“os he dado a conocer lo que he oído a mi Padre”).
– La relación que, impregnada de amistad (“permaneced en mi amor”), consigue establecer entre ellos una “comunión de voluntades” (querer, sentir, obrar, lo mismo).
– Por eso lo que desea de nosotros es que hagamos lo que Él manda, pero llevados por el amor.
Nos pide que le obedezcamos. Jesucristo es nuestro amigo, pero no puede dejar de ser al mismo tiempo el Señor de la Creación y de la Historia, la Verdad, el Camino, la Vida. Si nos trata como amigos es porque Él nos ha buscado, se ha rebajado a nuestra condición por puro amor.
Por eso nos denomina con una palabra aún más fuerte, una palabra que manifiesta más amor y compromiso: nos trata como “hermanos”, que participamos de su misma gloria… El Hijo de Dios – Rey – Amigo – Hermano, que comunicando el amor de Dios, inaugura la más sorprendente comunión aquí en la tierra: Dios vivo en la amistad y la fraternidad de sus discípulos.
Una manera inaudita y maravillosa de reinar y “señorear”. Entendemos a San Juan cuando escribía: “Hemos visto su gloria, lleno de gracia y de verdad” (Jn1,4).
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat