Mons. Agustí Cortés Entre nosotros se ha venido llamando, desde hace muchos años “Dia de Germanor” al Día de la Iglesia Diocesana, cuando recordamos y hacemos efectiva nuestra colaboración en el sostenimiento de la Diócesis. Esta costumbre viene a ser un auténtico acierto, ya que expresa una realidad bella y estimulante: que quienes formamos la Iglesia Diocesana somos verdaderos hermanos y que lo propio de los hermanos es compartir.
La verdad es que somos hermanos todos los bautizados creyentes, que caminamos en este fragmento de la Iglesia Universal, que llamamos Diócesis de Sant Feliu de Llobregat. Lo somos por compartir la misma fe, el mismo bautismo, la misma Eucaristía, el mismo amor. Pero también es verdad que estamos un poco lejos de vivir esta “hermandad” en lo concreto y visible, como siendo una auténtica familia, con todo lo que ello supone. Tenemos en este sentido dificultades y deficiencias.
Contamos, gracias a Dios, con hermanos que, a través de hechos y conductas concretas, ponen de manifiesto una gran generosidad hacia nuestra Iglesia. Todo, en definitiva, nos invita a soñar en este Día de “Germanor”.
No es malo “soñar” en una Iglesia comunidad de hermanos. Todo lo contrario. Nos viene a la memoria lo que significó para los primeros cristianos, en la Iglesia recién nacida y llevada por el Espíritu Santo, proyectar, a partir de lo que vivían, un ideal de vida en comunidad. Según nos narra el libro de los Hechos de los Apóstoles, la comunidad de hermanos compartía la alegría del Espíritu, que se manifestaba con la predicación valiente de la Buena Noticia y se alimentaba con el testimonio de amor concreto entre ellos, como, por ejemplo, el de Bernabé, que vendió un campo para poner el resultado de la venta a los pies de la Apóstoles a disposición de la comunidad. Pero también sufría la amenaza externa de la persecución (los apóstoles Pedro y Juan juzgados y condenados en prisión) y la amenaza interna de falsos hermanos, como el caso de Ananías y Safira, que engañaron a la comunidad, haciendo lo mismo que Bernabé, pero ocultando que se habían quedado para ellos con la mitad de la venta…
En los primeros capítulos del libro de los Hechos de los Apóstoles, hallamos tres de los llamados “sumarios de la vida comunitaria” (Hch2,42-47; 4,32-35; 5,12-16). En ellos aparecen los factores esenciales de la vida de una comunidad cristiana: la fe compartida en la escucha de la Palabra de los Apóstoles, la oración, especialmente la celebración de la Eucaristía, la comunión en un solo corazón y una sola alma hasta compartir bienes, y la evangelización. Vemos que lo esencial era la comunión de hermanos, el amor del Espíritu. Pero es interesante observar que los dos primeros sumarios, especialmente el segundo, ponen el acento en el reto de compartir los bienes. Intuimos el motivo: es uno de los signos de comunión que más cuestan.
Estos resúmenes de vida comunitaria no ignoraban la realidad, que era ambigua, pero estimulaban a seguir caminando, señalaban hacia dónde se tenían que dirigir los pasos.
Hoy nuestra realidad eclesial también es ambigua. Podemos descubrir hechos que manifiestan la presencia del Espíritu y damos por ello gracias a Dios. Al mismo tiempo el ideal evangélico nos estimula a crecer como hermanos. Compartir nuestro dinero, para que la comunidad diocesana pueda cumplir su misión, será un auténtico signo de fraternidad y amor hacia todos los que formamos nuestra Iglesia.
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat