Mons. Agustí Cortés Tan importante es una buena planificación, como una revisión objetiva y sincera. Parece que en el caso de las vacaciones, se planifica más que se revisa. Todo lo más, al ser interpelados por alguien, respondemos a preguntas un tanto baladíes, “¿cómo te lo has pasado?, ¿has descansado?…
Si damos a las vacaciones la importancia que creemos que merecen, su revisión ha de responder al nivel de la planificación que proponíamos, es decir, aplicando los mismos criterios.
Hace aproximadamente mes y medio pudimos leer un artículo, que recogía estudios de expertos sobre las vacaciones. La mayoría de estos expertos eran sicólogos y algún que otro sociólogo. El escrito era ilustrativo y resultaba muy oportuno, conteniendo, como era de esperar, las recomendaciones prácticas apropiadas para que las vacaciones fueran satisfactorias.
Pero lo más interesante no era tanto el conjunto de recomendaciones, sino el criterio básico desde el cual el autor, Antonio Ortí, valoraba las vacaciones como “satisfactorias”. Y en este sentido había que agradecer al articulista que se hubiera fiado de autores marcados por “un cierto humanismo”, psicólogos no exclusivamente materialistas o positivistas, abiertos a una idea de persona humana que supera lo que se puede medir y controlar con la sola técnica…
Según este artículo, unas vacaciones logradas serían aquellas que, en lugar de haber producido más estrés (como suele ocurrir), han servido para recuperarse y reemprender el trabajo cotidiano. Y un parámetro para calibrar la recuperación en el trabajo es el rendimiento. Los consejos son oportunos: máximo tiempo libre, prescindir de “roles” sociales, reservar tiempos para uno mismo, distanciarse del trabajo, actividades creativas o personalmente significativas…
Rendir más y mejor en el trabajo, para nosotros es importante, pero no llega a significar sino una parte pequeña de nuestra búsqueda. No podemos estar satisfechos con una valoración de las vacaciones porque el tiempo libre, la relación de amistad, la participación en fiestas, etc., todo haya contribuido a que se pueda afrontar la vuelta al trabajo y la vida cotidiana con más fuerzas y más ganas.
Nuestra visión de las vacaciones y, por tanto, su valoración y revisión, depende de otras preguntas fundamentales: ¿he salido de las vacaciones habiendo crecido como persona humana?; ¿me han ayudado a ser más santo?; ¿me han permitido recuperar la alegría de creer y amar?; ¿conozco más y mejor a mí mismo y a los demás?; ¿he disfrutado de la belleza natural y cultural?; ¿he podido orar con sosiego y paz?…
Todo esto, que para nosotros daría idea de unas vacaciones logradas, también producirá un efecto positivo en el rendimiento del trabajo. Pero mucho antes serán logros que se justifican por ellos mismos, ya que aquí, como siempre en el marco de nuestra fe, lo más importante es la persona, su valor en sí, independientemente de su rendimiento o su capacidad productiva o su triunfo social.
Ya sería un gran logro que las vacaciones hubieran servido para romper el círculo vital que ahoga todo crecimiento humano (no solo religioso cristiano): producir (ganar dinero con el trabajo) y consumir (disfrutarlo con la diversión). Sin duda somos mucho más y estamos llamados a crecer.
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat