Mons. Francesc Pardo i Artigas Retomo la presentación de la carta del Papa, “Alegraos y regocijaos” para así animaros a leerla.
Conviene recordar el capítulo 25 del evangelio de Mateo, en el que hallamos los parámetros con los que será valorada nuestra vida: “…Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”.
Cuando reconocemos a Cristo en el pobre y en el que sufre se nos revela el propio corazón de Cristo, sus sentimientos y opciones más profundas, con las que el santo trata de configurarse. No se puede ser santo al margen del ejercicio de la misericordia, “el corazón palpitante del Evangelio”.
El Papa señala dos errores: separar las exigencias del Evangelio, el amor a los demás, de la relación personal con el Señor, convirtiendo el cristianismo en una especie de ONG; y por otro lado, vivir considerando el compromiso social con los demás como algo superficial, mundano, secularista…
Un ejemplo: la defensa del inocente no nacido ha de ser clara, firme y apasionada, porque está en juego la vida humana, siempre sagrada. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que viven en la miseria y el abandono, y sufren el tráfico de personas, la eutanasia encubierta, las nuevas formas de esclavitud… Tampoco la situación de los inmigrantes ha de ser considerada un tema secundario junto a los temas “serios” de la bioética. No podemos plantear un ideal de santidad que ignora la injusticia de este mundo.
Por eso el culto que más agrada a Dios se manifiesta cuando la relación con Él a través de las celebraciones y la plegaria se transforma en donación y misericordia hacia los hermanos.
La carta también concreta algunos signos de santidad en el mundo de hoy, en cinco grandes expresiones de amor a Dios y al prójimo significativos en la cultura actual.
Aguante, paciencia y mansedumbre
Hay que mantenerse firme junto a Dios, que ama y sostiene. Desde esta firmeza interior es posible aguantar, soportar las contrariedades, los vaivenes de la vida, las agresiones de los demás y sus infidelidades y defectos.
Alegría y sentido del humor
El santo es capaz de vivir con alegría y sentido del humor. Sin perder de vista el realismo, ilumina a los demás con espíritu positivo y esperanzado. Ser cristiano es “alegría en el Espíritu Santo” (Rm 14,17).
Audacia y fervor
Debemos escuchar a Jesús, que nos repite: “No tengáis miedo”. La santidad es audacia para evangelizar. Reconozcamos nuestra fragilidad, pero dejemos que Jesús la tome en sus manos y nos lance a la misión de sanar y liberar.
En comunidad
La santificación es un camino comunitario. Si estamos aislados es muy difícil luchar contra todo cuanto nos impide convertirnos en santos.
Compartir la Palabra y celebrar juntos la Eucaristía nos hermana y nos convierte en comunidad santa y misionera.
En constante oración
La oración confiada, cualquiera que sea su duración, es la respuesta de un corazón abierto al encuentro con Dios cara a cara, en la que puede escucharse la voz suave del Señor. Así es posible discernir los caminos de santidad que el Señor nos propone.
La carta se cierra con unas reflexiones sobre el combate, la vigilancia y el discernimiento necesarios para alcanzar la santidad y la felicidad.
+ Francesc Pardo i Artigas
Obispo de Girona