Mons. Jaume Pujol Una de las películas en blanco y negro más famosas de todos los tiempos es «Sólo ante el peligro». Gary Cooper desempeña el papel de un sheriff dejado absolutamente solo para hacer frente a una banda de forajidos que quieren vengarse. Incluso su esposa le apresta a marcharse del pueblo para huir del peligro cuando lleguen los malvados.
Por qué ha de jugarse la vida? La respuesta se la da él: «Si huimos ahora tendremos que estar huyendo toda nuestra vida». Ahorrarse la dificultad de un momento no garantiza la seguridad futura. En efecto, la prudencia no consiste siempre en ahorrase problemas, sino que a veces exige optar por el camino más difícil en vez de la solución más cómoda.
Me parece que esta imagen cinematográfica, que todos tendremos presente, nos ayuda a centrarnos en una virtud cardinal que hoy me propongo comentar: la prudencia. No es una virtud de timoratos, más bien negativa, que pueda definirse como no hacer algo. En ocasiones lo prudente es actuar, tomar la iniciativa.
El Papa Juan Pablo I, en su brevísimo pontificado, se propuso hablar cada semana de una de las principales virtudes, las teologales y las cardinales, «las siete lámparas». Su fallecimiento imprevisto solo le dio tiempo a desarrollar las tres primeras, fe, esperanza y caridad. Su sucesor, Juan Pablo II siguió con el programa: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
Sobre la prudencia, dijo: «El hombre prudente no es –como frecuentemente se cree–, el que sabe arreglárselas en la vida y sacar de ella el mayor provecho; sino quien acierta a edificar la vida toda según la voz de la conciencia recta y las exigencias de la moral justa.»
Imaginemos encontrarnos ante un accidente de tráfico. No es prudente el que no se detiene para no complicarse la vida. Ni el que pasa de largo ante una persona que pide auxilio, o que simplemente pide limosna. No es prudente el que evita ser testimonio ante la justicia de un atraco que ha observado. No es prudente el que no quiere asumir ningún riesgo, sino el que obedece a su conciencia.
Solo ayudando a los demás a salvarse, el hombre puede salvarse a sí mismo. Cuando el Papa Francisco anima a los sacerdotes y a los cristianos en general a dejar la comodidad de su ambiente y salir a las periferias del mundo, habla de esto: de no evitar asumir responsabilidades en nombre de una prudencia mal entendida.
Los cristianos podemos equivocarnos cuando actuamos, pero nuestro mayor error sería no actuar cuando nuestra conciencia nos lo pide, por temor a perder la tranquila comodidad del egoísmo.
† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado