Mons. Agustí Cortés El inicio de las vacaciones nos trae al pensamiento una idea inquietante. Uno tiene la impresión de que en todos anida una verdadera ansia de escapar. Lo que más se espera de las vacaciones es una especie de evasión, una compensación del sufrimiento que proporciona el trabajo cotidiano. Viajar es en muchos sentidos bueno y saludable. Pero frecuentemente se convierte en obsesión. Seguramente, en el fondo, significa, no tanto una búsqueda de algo nuevo y hermoso, cuanto una evasión del presente.
El cineasta Víctor Carey construyó un original y galardonado cortometraje titulado “La huida”, donde se cuenta una curiosa anécdota, que bien podría tomarse como parábola de la vida. Uno hombre va huyendo con un maletín en la mano lleno de billetes de 50 €, fruto del atraco que acaba de perpetrar. Un encadenamiento de circunstancias le impide la marcha hasta tropezar y caer, de forma que todos los billetes acaban volando. Entonces la gente de alrededor se apresura a recoger los billetes, mientras que el que huía queda tumbado en el suelo olvidado e impotente… ¿Es nuestra vida en realidad una huida (inútil) con el botín adquirido?, ¿es una ansia por el dinero?…
No entramos en la cuestión del origen del dinero – pensamos que generalmente lícito – con el que afrontamos los gastos de las vacaciones “evasivas”, pero lo cierto es que el tiempo vacacional forma parte importante del ciclo de nuestra vida: trabajar para ganar dinero y disfrutarlo.
Nadie se atreverá a decir que esto no está bien. Es lo que hace todo el mundo. Pero desde estas líneas, que tratan de iluminar la vida más cotidiana con una mirada de fe, no podemos contentarnos con esta forma de vivir tan pobre y corta.
La vida es mucho más. Pronto o tarde las vicisitudes de la existencia nos lo hacen ver. Quien se limita a vivir ese ciclo disfruta momentáneamente, pero vuelve a la rutina triste y a la soledad. En definitiva, las vacaciones no le han hecho “crecer”. Ese ciclo de ganar dinero y consumir priva a la persona humana de gozar de momentos iluminadores y, quizá, de verdadera alegría. Nos damos cuenta de ello cuando nos sobreviene alguna circunstancia inesperada que, rompiendo la rutina, reclama respuestas a las que no se había dedicado la atención debida. Quizá las vacaciones sea un tiempo apropiado para pensar y experimentar esas respuestas.
Ponemos algún ejemplo. En lugar de compensar las dificultades que comporta la convivencia cotidiana con experiencias artificiales y placenteras, ¿por qué no dedicar ratos a profundizar en la misma comunicación, la atención al otro, el reencuentro, el gozo de la experiencia compartida, sea en tareas o servicios, sea en el disfrute estético, sea en nuevos conocimientos, sea en la oración, sea en la integración comunitaria… O, en lugar de lamentarse por lo mal que van las cosas, justificando así momentos de gusto superficial, ¿por qué no dedicar un tiempo a la reflexión serena, al diálogo ecuánime, a la oración, a la búsqueda de luz y a la colaboración con otros para solucionar problemas?…
Las vacaciones ofrecen muchas posibilidades de gozo y disfrute y vienen a ser un regalo para la recuperación personal. Pero solo si se viven con sentido y una cierta profundidad. Es la invitación que nos hacía Jesús en la persona de sus discípulos: “Jesús les dijo: –Venid, vosotros solos, a descansar un poco a un lugar apartado. Porque iba y venía tanta gente que ellos ni siquiera tenían tiempo para comer” (Mc 6,31). Es en su compañía donde se descansa y se ve todo más claro…
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat