Mons. Francisco Conesa Queridos diocesanos: La imagen de nuestra patrona tiene como característica singular que a sus pies tiene un toro. El que vemos actualmente fue puesto por el Obispo Pascual junto con una filacteria que dice: “Lc I, 46 – Magnificat anima mea Dominum… et misericordia eius a progenie in progenies… dispersa superbos”. Es una selección de algunos versos del Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor… y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación… dispersa a los soberbios”. Este toro, situado a los pies de María y vuelto hacia ella, hace alusión al evangelista san Lucas, cuyo símbolo es el toro.
Pero el toro que encontramos al pie de la imagen hace referencia también a la leyenda del hallazgo de la imagen, una tradición que se puso por escrito por primera vez en el siglo XVII. Según estos relatos, una noche un religioso anciano que vivía en el convento de la Merced que existía en Llinaritx vio resplandecer repetidas veces una luz en lo alto de la montaña al mismo tiempo que descendía sobre ella una columna de fuego. El sabio religioso lo comunicó a sus superiores y al resto de la comunidad. En la noche, salieron todos al huerto y desde allí contemplaron la luz y la columna de fuego. Entonces, aunque sabían de la dificultad de acceder a la cima, se dirigieron a la iglesia, se revistieron con los ornamentos sagrados y, precedidos por la cruz procesional, emprendieron la marcha a la montaña, hasta que llegaron a un bosque y no sabían por donde seguir. En ese momento, salió un toro bravo que se inclinó ante la cruz, adorándola. Los frailes siguieron al toro, que les fue abriendo paso. Cuando llegaron a la cima, el toro se arrodilló ante un montón de piedras, de donde salía una gran luz. El cuadro que culmina el retablo de Monte Toro nos recuerda precisamente esta escena. Los frailes, arrodillados, comenzaron a retirar las piedras y, en una pequeña cueva de piedra, que servía como capilla, descubrieron la imagen de la Virgen. Después de cantar el Te Deum cogieron la imagen y la bajaron a su convento. La leyenda prosigue contando que, a la mañana siguiente, cuando fueron a venerar la imagen, se dieron cuenta de que no estaba. En cambio, volvían a aparecer luces en lo alto de la montaña. Los frailes entendieron que la Virgen quería ser venerada en lo alto. Decidieron entonces trasladar allí el convento y construir una pequeña capilla, que sería el origen del actual santuario.
La narración es hermosa por todos los elementos simbólicos que contiene. Parece que la naturaleza entera se rinde ante la Majestad de Dios. Un animal bravo como el toro se convierte en guía para los frailes. También el fuego y la luz se ponen al servicio del Creador y sirven de señal para indicar el lugar donde está la imagen. Pero el relato del hallazgo nos advierte, sobre todo, de la necesidad de mantenernos abiertos a la sorpresa de Dios. La luz de lo Alto puede presentarse en medio de nuestras noches de manera inesperada. Sólo un hombre sabio supo estar atento y discernir el signo, que se presentó cuando todos dormían. ¿Habrá hoy alguien entre nosotros que permanezca en vela, atento a los signos que Dios hace en Menorca? ¿Y seremos capaces de acoger a este Dios en nuestras vidas?
† Francesc Conesa Ferrer
Obispo de Menorca