Mons. Celso Morga Queridos fieles: Este domingo celebramos la solemnidad de Pentecostés, una fiesta de la Iglesia universal, que conmemora la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y María Santísima, cincuenta días después de la Resurrección de Jesucristo, y que supone el fin de la Pascua.
Debemos rechazar la idea de que Pentecostés es un hecho del pasado, un recuerdo maravilloso, pero que no tiene nada que ver con nuestro día a día, con el presente. Pentecostés no es simplemente un hecho histórico, Pentecostés se prolonga en la vida de la Iglesia porque el amor de Dios no pasa nunca. Por eso hoy no estamos recordando, estamos celebrando. Hoy Jesús sigue entregando a su Iglesia el Espí- ritu Santo, que nos guía, nos hace experimentar la presencia viva de Dios para que seamos testigos, como lo fueron los apóstoles cuando lo recibieron.
El Espíritu Santo vive en nosotros para que sepamos dar frutos. Durante la Última Cena, Jesús les promete a sus apóstoles: “Mi Padre os dará otro Abogado, que estará con vosotros para siempre: el espíritu de la Verdad” (San Juan 14, 16-17). Más adelante les dice: “Os he dicho estas cosas mientras estoy con vosotros; pero el Abogado, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése os lo enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que yo os he dicho.” (San Juan 14, 25-26), y al terminar la cena, les vuelve a hacer la misma promesa: “Os conviene que yo me vaya, pues al irme vendrá el Abogado,… muchas cosas tengo todavía que deciros, pero no os las diré ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad completa,… y os comunicará las cosas que están por venir” (San Juan 16, 7-14).
Cada año, además, la Iglesia celebra en la solemnidad de Pentecostés, el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. Este año el lema elegido es “Discípulos misioneros de Cristo, Iglesia en el mundo”, con el que la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar nos recuerda que “el laicado juega un papel fundamental para esta nueva etapa de la evangelización, a la que hemos sido convocados reiteradamente por los últimos pontífices”. El mensaje recuerda también que “los laicos están llamados a ser Iglesia en el mundo porque su apostolado tiene su origen en el bautismo. Por el sacramento del bautismo, cada fiel laico se convierte en discípulo misionero de Cristo, en sal de la tierra y luz del mundo (cf. EG, n. 120).
Los laicos no solamente pertenecen a la Iglesia, son Iglesia, y están llamados a participar en su misión en comunión con sus sacerdotes y sus obispos. A ello ayuda la asociación en los muchos movimientos y realidades eclesiales que el Espíritu Santo ha ido suscitando, y por supuesto, para esta misión es fundamental la formación, un terreno en el que nuestra archidiócesis ofrece muchos instrumentos a distintos niveles.
Los laicos han de santificarse en el mundo, y todos estamos llamados a la santidad, como nos ha recordado el papa Francisco en su última exhortación apostólica Gaudete et Exultate: “No pensemos solo en los ya beatificados o canonizados. El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios”.
+ Celso Morga
Arzobispo de Mérida-Badajoz