Mons. Agustí Cortés Entre las cosas más bellas y estimulantes que decimos del Espíritu Santo están los calificativos de “deleite, dulce refrigerio, descanso del alma”. Son expresiones que reflejan vivencias de muchos hermanos nuestros a lo largo de la historia. Quedaron plasmadas en textos que pasaron a la liturgia, “para que no nos olvidemos de la dulzura espiritual que nos deja saborear la amistad con Dios”.
De Dios se han dicho muchas cosas. La mayoría de los que dicen no creer no conocen de hecho el Dios de Jesucristo y viven tranquilamente. Pero no han faltado quienes viven la no creencia como una tragedia. Algunos han llegado a proyectar sobre Dios imágenes terribles, fruto de la problemática personal que han sufrido. El estudio de Ch. Moeller sobre el gran cineasta I. Bergman identifica imágenes de Dios como “Dios eco” de las propias frustraciones; o como “Dios araña”, terrible y repulsivo; o como simplemente “el Dios silencio”, que deja al ser humano en la más absoluta soledad. Es verdad que por alguna grieta se vislumbra en este autor un Dios compasivo… Quizá estas imágenes nos ayuden a purificar nuestra idea de Dios, para fijarnos en el Dios que Jesucristo nos ha revelado.
El Dios Espíritu Santo, el Espíritu del Padre y del Hijo Jesucristo, es lo más íntimo y personal que se puede decir de Dios en relación a nosotros. Es lo más cercano a la vida humana misma. Es la implicación más plena que Dios puede tener en la historia nuestra. Quienes creemos en el Dios de Jesucristo diríamos que “podemos respirar a Dios”. San Pablo dirá que podemos vivir en Él y Él en nosotros.
Pero lo más importante es que esta cercanía de Dios en su Espíritu nos llena de felicidad. La crítica marxista a la religión, cuando ésta era acusada de alienar a la persona humana, no se podía aplicar al cristianismo; todo lo más podría aplicarse a determinadas formas defectuosas o enfermizas de vivir la religión. La presencia del Espíritu en nosotros no sólo “humaniza”, sino que potencia todo lo humano hasta límites que uno no podría imaginar.
Es verdad que el Espíritu es fuego y quema. Pero quema para purificar, dar calor y alumbrar. Porque el Espíritu transforma, no deja las cosas como están, y esto no se puede hacer sin abandonar posturas personales y situaciones contrarias a la misma persona humana.
El resultado, sin embargo, es siempre de gozo y felicidad. A veces este efecto toma la forma de consuelo, descanso, refrigerio, en aquellos que están siendo maltratados por la vida, los que sufren por cualquier causa. Otras veces toma forma de verdadera alegría, esa por cierto que Jesús vinculó a la promesa de su Espíritu y de la que dijo que nadie nos la podría arrebatar.
Los jóvenes de las diócesis con sede en Cataluña celebran en Tortosa “l’Aplec de l’Esperit”. Pensamos que sería algo extraordinario una juventud habitada y transformada por el Espíritu, si tenemos presente la energía humana que arrastran los jóvenes y si recordamos que el Espíritu lleva a plenitud esa energía humana. Les reúne el lema de “Cristo es la vida”. Cuando un joven cree y vive esto, llega a ser una auténtica fuente de energía transformadora, bien entendido que esa energía incluye mostrar el rostro del Dios de todo consuelo.
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat