Mons. Agustí Cortés Recordemos que lo propio del tiempo de Pascua no es solo vivir la esperanza de que resucitaremos después de muertos, sino experimentar ya aquí, hoy, en nuestra existencia normal, “la vida resucitada”. O, más propiamente, como venimos diciendo, experimentar en nosotros la Resurrección de Jesucristo.
Pero muchos se preguntan con razón: ¿qué significa realmente eso en cada uno?, ¿qué resucita en nosotros cuando participamos de la Resurrección de Jesucristo?, ¿cómo se nota que uno vive la resurrección?
La respuesta a estas preguntas necesitaría una larga exposición. Pero podemos responder sencillamente que lo que resucita en nosotros es la verdadera humanidad, lo más valioso, lo más “humano”, lo más “divino” que hay en nosotros. San Ireneo diría que se renueva la huella que Dios había plasmado en nosotros en la creación y que habíamos perdido por el pecado… En definitiva, lo que resucita en nosotros es la nueva humanidad.
Si queremos ser sinceros y fieles a lo que nos transmite la Palabra de Dios, deberemos creer, confesar y predicar la novedad radical que se produce en la humanidad (en la historia) a partir de la Resurrección de Cristo. Quienes creen en Él son hombres y mujeres nuevos, dirá San Pablo, que han nacido de nuevo, dirá el Evangelio de San Juan, para quienes lo viejo ha pasado, dirá el Apocalipsis, en quienes ha comenzado el cielo nuevo y la tierra nueva, dirá la 1ª Carta de San Pedro.
La gran novedad ya se está dando en nuestro mundo. ¿En qué consiste la novedad?
Lo más característico de la resurrección en nosotros es el amor nuevo. Al creer en Cristo, en nosotros resucita un nuevo amor, su nuevo amor.
No es que antes de Cristo no hubiera amor. “Amar” estaba y está en la naturaleza humana, se mandaba en la Ley de Moisés, y parece que todos los seres humanos de diferentes épocas, culturas y religiones, lo practican. Pero ya el Evangelio de San Juan (13,34) nos advertía de que se trata de un mandamiento nuevo, y en la 1ª Carta se reafirma en su novedad:
“Sin embargo, esto que os escribo es un mandamiento nuevo, que es verdad tanto en Cristo como en vosotros, porque la oscuridad va pasando y ya brilla la luz verdadera. Quien dice que está en la luz, pero odia a su hermano, todavía está en la oscuridad. El que ama a su hermano vive en la luz y no hay nada que le haga caer en pecado” (1Jn 2,8-10)
Algunos dicen que lo nuevo que se inicia con la resurrección de Cristo es “la calidad”, la perfección, del amor que procede de Él. Quizá sí. Pero la verdadera novedad no estaría en “el grado” de perfección en el amor, eso que sería objeto de una discusión en una escuela de moral o en un estudio comparado de religiones…, sino en el hecho, o mejor dicho, el acontecimiento, de haber sido amados por Él y la manera como lo hizo.
Lo que resucita con Cristo es su amor insospechado, sorprendente, ya vivido y ofrecido hasta el extremo en la cruz (cf. Jn 13,1ss.). Ser cristiano es vivir completamente de este hecho, considerar que otras formas de amar y ser amado son estrechas, caducas, envejecidas, frente a la gran novedad de haber sido amado así por Dios – amor. Vivir como resucitado es haber renacido de ese amor y convertirse en testigo y fuente del mismo en una humanidad nueva.
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat